Signos
El Partido Verde es, indudablemente, el mejor partido de México.
Siempre sabe hacia dónde hacerse y con quién jugársela.
Nunca juega a los dados, sino a lo seguro.
Es un ganador, donde el sufragio es iletrado.
Es el más corrupto y el más traidor, pero nunca se traiciona a sí mismo.
Todo el mundo sabe lo canalla que es pero él no esconde nada ni traiciona su estirpe originaria.
No es una organización ecologista, por supuesto, sino todo lo contrario: es un negocio depredador y libre de escrúpulos, que obtiene los mejores dividendos de la industria del oportunismo electoral.
El Morena, en cambio, está nutrido de mercenarios, pero gana defendiendo la causa de la regeneración moral, en un pueblo que no ha dejado de ser milagrero, idólatra y creyente en la Guadalupana y, ahora, en Andrés Manuel.
El Niño Verde, líder y propietario del partido de su mismo color y esencia escatológica, es el mejor empresario político de todos los tiempos.
Es el supremo ganador de la democracia a la mexicana.
Ahora tiene a dos subordinadas suyas -Mara Lezama y Laura Fernández- para elegir a la que mejor le sirva, por ejemplo, a la hora de relevar, el año que viene, al actual gobernador quintanarroense.
Él -el Niño Verde-, y sólo él, bajo el manto del fanatismo presidencial, tomará el mando absoluto del poder del Estado caribe. Y los muchos secuaces con que cuenta, y los beneficiarios de sus impecables e implacables habilidades para asaltar el poder -gracias al analfabetismo funcional y democrático, y a sus instrumentaciones fácticas-, hoy celebran, venerándolo, el éxito del Niño Verde como socio del jefe máximo de la regeneración moral de la República.
Ahora no habrá quien los pare.
Su reino ha sido, y será más que nunca, el de la impunidad.
Porque cuentan mucho los delitos ridículos llamados ‘de género’, pero los del saqueo del erario y de los patrimonios públicos siguen siendo cuentos chinos de la propaganda y la demagogia electorera y temporalera que no proceden nunca en sus vastas implicaciones penales.
¿Y la violencia y la impunidad del narcoterror, y la inercia involutiva del sistema educativo nacional y sus invencibles e intocables cacicazgos?
Nada: hay miedo e impotencia política, institucional y coercitiva en eso (u otras prioridades en la agenda compartida y victoriosa del Morena y el Partido Verde).
Seguirá la pobreza escolar y crítica de todos los tiempos.
Y seguirá corriendo la sangre.
Pero un día llegará el milagro del ansiado bienestar general, y la paz social bajará, por fin, del reino de los cielos.
Los creyentes están seguros de que así será, por los siglos de los siglos.
Y, por lo pronto en Quintana Roo, no habrá novedad.
La legitimidad democrática será el mejor y más auténtico escudo de la delincuencia representativa.
En México el cumplimiento del deber cívico del sufragio suele seguir sirviendo para eso.
SM