‘Ernest Hemingway, París era una farsa’, un nuevo artículo distópico contra su homosexualidad disfrazada de rudo machismo

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El escritor estadounidense no disimulaba una heterosexualidad hiperbólica, según Jordi Bernad en Jot Down Cultural Magazine de Madrid, capital de España, donde es posible analizar con humor las cosas serias, abordar la cultura y el ocio desde otra perspectiva y departir con sus protagonistas de forma diferente. En ‘Muerte en la tarde’, Hemingway escribió: “Creía en lo que había visto, sentido, tocado, manoseado, olido, saboreado, bebido, montado, sufrido, vomitado, dormido, sospechado, observado, amado, deseado, temido, detestado, admirado, odiado y destruido. Naturalmente, ningún pintor ha sido capaz de pintar todo esto; pero Goya lo intentó”. Esta intensa visión de la obra de Goya bien podría valer como poética del propio Hemingway. Del escritor deslumbra, en el ardor adolescente, esa voracidad vitalista que empapa sus mejores narraciones. Muchos críticos siguen caracterizando a la obra del gran divulgador de las fiestas de Sanfermines, en Pamplona, capital de Navarra, como misógina y homofóbica. Este 7 de julio, San Fermín, no salieron los toros bravos por el casco histórico, en sus mañaneros encierros. La culpa, el Covid-19…

Santiago J. Santamaría Gurtubay

El viejo Hem vivió para escribir y su vida se comprende como una pormenorizada y concienzuda construcción literaria. La de su obra y también la de su vida. Imbricadas. En sus años juveniles como periodista -primero en el Kansas City y luego en el Toronto Star-, aprende con esfuerzo un lenguaje sin artificiosidad ni adiposidades retóricas, desecha adverbios y busca la acción del verbo por encima del ensimismamiento adjetival. No descubrimos nada nuevo si decimos que, con los años, el autor de ‘Adiós a las armas’ se convirtió en referencia estilística y pilar de la gran tradición dura, nerviosa y escueta de la novelística anglosajona del siglo XX. El propio William Faulkner, un novelista, narrador y poeta estadounidense, reconocido mundialmente por sus novelas experimentales, galardonado con el Premio Nobel de Literatura; ‘por su poderosa y artísticamente única contribución a la novela contemporánea estadounidense​ en 1949. También escribió relatos cortos, guiones cinematográficos, ensayos y una obra de teatro. Faulkner, rumiante de indecisiones pero también eufórico de egocentrismo, dijo en una ocasión: ‘Primero estoy yo, pero inmediatamente después viene Hemingway’.

El aprendizaje literario y la forja estilística de Hem (por decirlo con una expresión trillada que de bien seguro le desagradaría) fue labor titánica, casi podría decirse que pareja a su esfuerzo por presentarse al mundo como un púgil aceptable, diestro pescador, cazador fulminante -tanto en la sabana como entre sábanas-, torero en la más amplia acepción del término y un defensor en las trincheras de causas nobles. París le proporcionó cosmopolitismo y trato artístico. Nada mejor para la ambición literaria y la sed literal que ser un yanqui con un puñado de dólares -‘todo es barato en París’, llega a afirmar el joven periodista- y acceso a los salones intelectuales de los joviales años veinte. Gertrude Stein -acuñadora del término ‘Generación Perdida’ – le presentó a los grandes James Joyce y Ezra Pound. James Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882-Zúrich, 13 de enero de 1941) fue un escritor irlandés, mundialmente reconocido como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX, aclamado por su obra maestra, ‘Ulises’ (1922), y por su controvertida novela posterior, ‘Finnegans Wake’ (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias breves titulada ‘Dublineses’ (1914), así como su novela semiautobiográfica ‘Retrato del artista adolescente’ (1916).

Pese a su regionalismo, James Joyce, paradójicamente, llegó a ser uno de los escritores más cosmopolitas del siglo XX

Joyce es representante destacado de la corriente literaria de vanguardia denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Ezra Pound o Wallace Stevens. Aunque pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, el universo literario de este autor se encuentra fuertemente enraizado en su nativa Dublín, la ciudad que provee a sus obras de los escenarios, ambientes, personajes y demás materia narrativa. Más en particular, su problemática relación primera con la iglesia católica de Irlanda se refleja muy bien a través de los conflictos interiores que atormentan a su álter ego en la ficción, representado por el personaje de Stephen Dedalus. Así, Joyce es conocido por su atención minuciosa a un escenario muy delimitado y por su prolongado y autoimpuesto exilio, pero también por su enorme influencia en todo el mundo. Por ello, pese a su regionalismo, paradójicamente llegó a ser uno de los escritores más cosmopolitas de su tiempo a decisiva en toda la novelística del siglo XX.

Anthony Burgess, al final de su largo ensayo ‘Re Joyce’ (1965), reconoció: Ezra Pound (Hailey, Idaho, 30 de octubre de 1885-Venecia, 1 de noviembre de 1972) fue un poeta, ensayista, músico y crítico estadounidense. Fue un artista expatriado y una figura destacada de los principios de la poesía modernista, perteneciente a la generación perdida, ‘Lost Generation’. Fue un ideólogo fascista1​ ferviente seguidor de Benito Mussolini y un furibundo antisemita. Durante la Segunda Guerra Mundial, se dedicó a lanzar arengas desde la radio italiana a los soldados estadounidenses para que desertaran y a difundir la propaganda nazi contra los judíos. Fue detenido por el ejército estadounidense y llevado en 1945 a Estados Unidos donde fue juzgado por traición, pero el tribunal consideró que estaba loco (afirmación respaldada por varias figuras literarias, entre ellas Ernest Hemingway, para evitar que fuera condenado a muerte) y ordenó su ingreso en un manicomio, en el que pasó doce años. Siempre mantuvo reverencia hacia los dos referentes. No se comportó, sin embargo, con la misma nobleza con sus amigos y compañeros de armas y de letras. Y es aquí donde el mito del escritor que mantenía como principio la verdad y la lealtad empieza a resquebrajarse.

Hemingway hizo de la mentira un instrumento al servicio de su persona e incluso un arma destinada a la calumnia y al vilipendio de amigos

De hecho, Paul Johnson, furibundo azote de impostores de la izquierda, incluye a Hemingway en la lista negra de ‘Intelectuales’, duro ensayo que viene a demostrar que la doble moral no es patrimonio exclusivo de la derecha. Desde Jean-Jacques Rousseau hasta Lillian Hellman pasando por los inevitables Marx, Brecht o Sartre. Hemingway está ahí principalmente por hacer de la mentira un instrumento al servicio de su persona e incluso un arma destinada a la calumnia y al vilipendio de amigos: ‘Ninguna afirmación de Hemingway sobre sí mismo, y muy pocas sobre otras personas, pueden aceptarse directamente sin una confirmación. Pese a la importancia central de la verdad en su ética literaria, Hemingway poseía la creencia típicamente intelectual de que, por lo que se refería a él mismo, la verdad debía ser el servicial lacayo de su ego. Era de la opinión, y a veces lo proclamó a gritos, de que la mentira era parte de su tarea como escritor. Mentía tanto de forma consciente como inconsciente”. De esta manera, el otrora deslumbrante París era una fiesta, memorias de sus años de formación en París no exentas de voluntad de ajuste de cuentas, adoptan una nueva perspectiva antipática en la que el rencor juega un papel nada desdeñable como motivación creativa. Se entiende bien, entonces, que el viejo escritor rememore/invente una escena en unos lavabos en la que su antaño amigo Scott Fitzgerald le pediría que valorara la longitud de su pene dado que su mujer le había comentado que era demasiado pequeño para darle placer. Qué duda cabe que atacar a un colega (por muy rotas que estén las relaciones), desde la gelidez reposada de la autobiografía, por sus temores y temblores fálicos es un golpe bajo de muy mala gente. Pero poco bueno se puede esperar de un hombre que rompió relaciones con su madre, y no descuidaba ocasión para menospreciarla.

Tampoco acabó muy bien su amistad con el novelista John Dos Passos. Y aquí se fragua uno de los episodios –moralmente- más turbios de la biografía de Hemingway. Para conocer al detalle la ruptura de esta amistad (nacida en el frente de la Primera Guerra Mundial) es recomendable la lectura del clarividente reportaje ‘Enterrar a los muertos’ de Ignacio Martínez de Pisón. Dos Passos llegó a España en 1937 alertado por la desaparición del traductor de sus obras al español, José Robles, cercano al trotskismo e intérprete del general soviético Gorev. Primero se habló de arresto y más tarde se hizo evidente que a Robles lo habían ejecutado en una maniobra más de depuración paranoica comunista. Como en el caso de George Orwell, la guerra civil supuso para Dos Passos un punto de inflexión en sus convicciones ideológicas. Bien es cierto que, a diferencia del autor de Homenaje a Cataluña, este último se pasó de frenada y el viraje acabó en conversión a un conservadurismo de corte cínico y depredador. Sea como fuere, Hemingway dio por buena la versión oficiosa según la cual Robles ‘algo habría hecho’. Escribió a Dos Passos: ‘En España se desarrolla una guerra entre aquellos a los que solías apoyar y los fascistas. Si con tu odio por los comunistas encuentras justificado atacar, por dinero, a la gente que continúa luchando en esta guerra, creo que como mínimo deberías intentar informarte bien’. Quien no estaba bien informado era él. O no quiso estarlo. Su decisión de convertir la guerra civil en un escenario para la representación de su personaje le impedía ahondar en cualquier consideración moral que fuera más allá del abstracto maniqueísmo de bandos. Y faltó a la verdad de manera mezquina. Por ilustrarlo con un ejemplo opuesto, todavía emocionan aquellas palabras pronunciadas en noche cerrada, solitaria y dipsómana por Raymond Chandler a finales de la Segunda Guerra Mundial: ‘Los bombardeos de saturación sobre Hamburgo, Berlín y Leipzig no tuvieron apenas consecuencias militares, pero moralmente nos pusieron a la altura del hombre que creó Belsen y Dachau. Lucidez aunada a la valentía: esa que le faltó a Hemingway por muy bravamente que se comportara en el frente de batalla y en los safaris.

Su miedo a la propia homosexualidad disfrazado de rudo machismo y de una heterosexualidad hiperbólica, resultando paródica

 Capítulo aparte merecerían las relaciones del autor de ‘El viejo y el mar’ con las mujeres ‘su gusto por que le llamaran ‘Papá’ y con su familia. Pero me temo que ese análisis no solo sobrepasa la extensión del artículo, sino también los conocimientos del articulista. Son carne de diván. Se ha hablado sobre la costumbre de su madre de vestirlo de niña en los primeros años de su infancia, de su miedo a la propia homosexualidad disfrazado de rudo machismo y de una heterosexualidad hiperbólica y que, ciertamente, acabó resultando paródica. Por las recientes memorias de uno de sus nietos sabemos que su hijo Gregory era transexual y sufría graves trastornos psíquicos. El propio Ernest también padeció una progresiva depresión, en gran medida azuzada por el alcoholismo, que le llevó al pistoletazo final. Evidentemente, nadie es perfecto. Pero Hemingway ejemplifica diáfanamente el fariseísmo que esconde el ego desmedido de los artistas. Como icono se ha convertido en un Elvis de la literatura: se celebran encuentros de admiradores seniles, con la típica barba blanca, la sonrisa beatífica, los mofletes de pellizco, panza cervecera y jersey de cuello alto. Seguramente, la mayoría de sus adoradores no ha intentado probar ni una sola vez el fatigoso ejercicio que supone enhebrar frases seguidas con un mínimo sentido en una hoja en blanco. ‘Pero allí están. Felices como ‘Papá’ después de un día de pesca.

Nos queda un Hemingway que escribió brillantes crónicas de liviana profundidad -sin ir más lejos, la recopilación de artículos del Toronto Star prologados por Rodrigo Fresán-, relatos en los que transpira el desasosiego, el drama o la aventura en una sencillez formal tan difícil de conseguir y tan mal imitada, novelas aceptables y alguna joya mínima a la que nunca dejaremos de tener cariño aunque solo sea por el contexto de nuestra biografía, como ‘Al otro lado del río y entre los árboles’. Sin embargo es demasiado tarde para creernos al macho de escopetas y letras, al amante compulsivo, al pendenciero ilustrado, al aguerrido combatiente de causas nobles, al defensor de la verdad y caballero de lealtades inquebrantables. Lo resumió, a la manera de dardo en la diana, el magnificente y católico Paul Johnson: ‘Fue un hombre asesinado por su propio arte, y su vida es una lección que todos los intelectuales deberían aprender: el arte no es suficiente’. La vida, en cambio, sí lo es.

“La naturaleza es un lugar terapéutico, para renacer, y el cazador o pescador tiene un momento de trascendencia cuando mata a la presa”

 La popularidad de la obra de Hemingway se basa en gran medida en los temas, que según el académico Frederic Svoboda son el amor, la guerra, la naturaleza, y la pérdida, todos muy presentes en su obra. Estos son temas recurrentes de la literatura estadounidense, y son evidentes en la obra de Hemingway. El crítico literario Leslie Fiedler observa que en la obra de Hemingway el tema que define como ‘tierra sagrada’ -Viejo Oeste- se extiende hasta incluir las montañas en España, Suiza y África, así como los ríos de Míchigan. El Viejo Oeste recibe un guiño simbólico con la inclusión del ‘Hotel Montana’ en ‘Fiesta’ y ‘Por quién doblan las campanas’.​ Según Stoltzfus y Fiedler, para Hemingway la naturaleza es un lugar terapéutico, para renacer, y el cazador o pescador tiene un momento de trascendencia cuando mata a la presa. La naturaleza es donde están los hombres sin mujeres: los hombres pescan, cazan, y encuentran la redención en la naturaleza. Aunque Hemingway escribe también sobre deportes, Carlos Baker cree que el énfasis está más en el atleta que el deporte, mientras que Beegel ve la esencia de Hemingway como un naturalista americano, tal como se refleja en las descripciones detalladas que se puede encontrar en ‘El río de dos corazones’.​

Fiedler cree que Hemingway invierta el tema de la literatura estadounidense de la ‘mujer oscura’ y mala, frente a la ‘mujer clara’ y buena. Brett Ashley, la mujer oscura de Fiesta, es una diosa; Margot Macomber, la mujer clara de ‘La corta vida feliz de Francis Macomber’, es una asesina. Robert Scholes reconoce que los primeros relatos de Hemingway, como ‘Un cuento muy corto’, presentan ‘favorablemente a un personaje masculino y desfavorablemente a una mujer’. Según Rena Sanderson, los primeros críticos de Hemingway alabaron su mundo machocéntrico de actividades masculinas, y su ficción que dividió las mujeres en ‘castradoras o esclavas de amor’. Las críticas feministas atacaron a Hemingway como ‘enemigo público número uno’, aunque reevaluaciones más recientes de su obra ‘han dado nueva visibilidad a los personajes femeninos de Hemingway (y sus puntos fuertes) y han puesto de manifiesto su sensibilidad a las cuestiones de género, así poniendo en duda la antigua presunción de que sus escritos fueron unilateralmente masculinos’. Nina Baym cree que Brett Ashley y Margot Macomber son dos ejemplos destacados de las ‘mujeres perras’ de Hemingway.

Una representación de la verdad inherente en el existencialismo: si se abraza el ‘nada’, entonces la redención se realiza en la muerte

El mundo quiebra a los individuos, y, en la mayoría, se les forma cal en el lugar de la fractura; pero a los que no quieren dejarse doblegar entonces, a estos, el mundo los mata. Mata indistintamente a los muy buenos, y a los muy dulces, y a los muy valientes. Si usted no se encuentra entre estos, también lo matará, pero en este caso tardará más tiempo. El tema de la mujer y la muerte es evidente en las primeras narrativas como ‘Campamento indio’. El tema de la muerte impregna la obra de Hemingway. Young cree que el énfasis en ‘Campamento indio’ no era tanto sobre la mujer que da a luz, o el padre que se suicida, sino sobre Nick Adams que es testigo de estos eventos como niño, y se convierte en un ‘joven gravemente herido y nervioso’. En ‘Campamento indio’ Hemingway establece los eventos que forman al personaje de Adams. Young cree que ‘Campamento indio’ tiene la ‘llave maestra’ a ‘los propósitos de su autor durante los treinta y cinco años de su carrera como escritor’. Stoltzfus considera que la obra de Hemingway es más compleja, con una representación de la verdad inherente en el existencialismo: si se abraza el ‘nada’, entonces la redención se realiza en el momento de la muerte. Aquellos que enfrentan la muerte con dignidad y coraje viven una vida auténtica. Francis Macomber muere feliz porque las últimas horas de su vida son auténticas; el torero en la corrida representa el pináculo de una vida vivida con autenticidad. En su ensayo ‘The Uses of Authenticity: Hemingway and the Literary Field (‘Los usos de autenticidad: Hemingway y el campo literario’), Timo Müller escribe que el éxito de la ficción de Hemingway se debe al hecho de que sus personajes viven una ‘vida auténtica’, y los ‘soldados, pescadores, boxeadores y leñadores se encuentran entre los arquetipos de autenticidad en la literatura moderna’.​

El tema de la emasculación es frecuente en la obra de Hemingway, sobre todo en ‘Fiesta’. Según Fiedler, la emasculación es el resultado de una generación de soldados heridos; y de una generación en la que las mujeres, como Brett, ganaron la emancipación. Esto también se aplica al personaje secundario, Frances Clyne, la novia de Cohn al principio del libro. Su personaje apoya el tema no solo porque la idea fue presentada al principio de la novela, sino también por el impacto que tenía sobre Cohn en el comienzo del libro, a pesar de que solo aparece unas pocas veces. Baker cree que la obra de Hemingway hace hincapié en lo ‘natural’ frente al ‘no natural’. En ‘Alpine Idyll’ (‘Idilio alpino’), la ‘no naturalidad’ del esquí en la nieve de alta montaña a finales de la primavera se yuxtapone a la ‘no naturalidad’ del campesino que permitió que el cadáver de su esposa se quedara demasiado tiempo en el cobertizo durante el invierno. Los esquiadores y el campesino se retiran a la fuente natural’ en el valle para su redención.​

En 1933 sus libros fueron quemados por los nazis de Adolf Hitler en Berlín, por ‘ser un monumento de la decadencia moderna’

Algunos críticos han caracterizado la obra de Hemingway como misógina y homofóbica. Susan Beegel analizó cuatro décadas de críticas sobre Hemingway en su ensayo ‘Critical Reception’ (‘Recepción crítica’). Descubrió que ‘los críticos interesados en la multiculturalidad’, sobre todo en la década de 1980, simplemente ignoraron a Hemingway, aunque se escribieron algunos apologéticas. El siguiente análisis de ‘Fiesta’ es típico de estas críticas: ‘Hemingway nunca permite que el lector se olvide que Cohn es un judío, no un personaje poco atractivo que resulta ser un judío, sino un personaje que no es atractivo porque es un judío’. Durante la misma década, según Beegel, también se publicaron críticas que investigaron el ‘horror de la homosexualidad’ y el racismo en la ficción de Hemingway. El legado de Hemingway a la literatura norteamericana es su estilo: los escritores que vinieron después lo emularon o lo evitaron.​ Después de que se estableció su reputación con la publicación de ‘Fiesta’, se convirtió en el portavoz de la generación de la primera posguerra, habiendo establecido un estilo a seguir. En 1933 sus libros fueron quemados por los nazis en Berlín, por ‘ser un monumento de la decadencia moderna’. Sus padres desaprobaron su literatura calificándola de ‘suciedad’ .Reynolds afirma que su legado consiste en que ‘dejó cuentos y novelas tan conmovedores que algunos han pasado a formar parte de nuestro patrimonio cultural’. En un discurso de 2004 en la Biblioteca John F. Kennedy, Russell Banks declaró que, como muchos escritores masculinos de su generación, fue influenciado por la filosofía literaria, el estilo y la imagen pública de Hemingway. Müller informa que para el público, Hemingway ‘tiene el mayor grado de reconocimiento de los escritores en el mundo entero’. En cambio, en 2012 el novelista John Irving rechazó la mayor parte de la obra de Hemingway ‘a excepción de algunos cuentos’, diciendo que ‘el dictamen de escribir-lo-que-uno-sabe no tiene lugar en la literatura de imaginación’. Irving también se opuso a la ‘postura de hombre duro-ofensivo- todos esos hombres recalcitrantes del tipo dice-poco’ y contrastó el enfoque de Hemingway con el de Herman Melville, citando el consejo de este último: ‘Ten cuidado a quien busca agradar más que atemorizar’.

Benson cree que los detalles de la vida de Hemingway se convirtieron en un ‘medio de explotación importante’ el cual resultó en una industria Hemingway. Hallengren cree que el ‘estilo duro’ y machismo deben separarse del mismo autor.​ Benson concuerda describiéndolo como tan introvertido y reservado como J. D. Salinger, aunque Hemingway enmascaró su naturaleza con jactancia.​ Efectivamente, Salinger -que conoció a Hemingway durante la Segunda Guerra Mundial y mantuvo una correspondencia con él- reconoció la influencia de Hemingway. En una carta a Hemingway, Salinger afirma que sus conversaciones le habían dado sus únicos minutos de esperanza durante toda la guerra’, y en broma ‘se autodenominó el presidente nacional de los Clubes de Fans de Hemingway’.

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