¿Hasta dónde su ética izquierdista, Presidenta?

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Signos

¿Hay una izquierda doctrinaria mexicana que gobierne como tal?; ¿que lo haga más allá de las consignas claudistas desde el Gobierno federal, y más allá de la emigrada del PRI -la de Porfirio, Ifigenia, Cuauhtémoc y Andrés Manuel- que se fue a fundar el PRD y luego el Morena, donde se congregaron los partidos de la vieja izquierda radical que hasta entonces no eran más que agrupaciones sectarias, dispersas y de distinta filiación marxista, y que nunca, hasta entonces, conocieron la fuerza electoral de un socialismo mexicano independiente del tricolor?

¿Serían socialistas Gobernadores como los de Tamaulipas, Sinaloa, Zacatecas, Baja California, Quintana Roo, Puebla, Tabasco, Chiapas, Michoacán, Oaxaca, Guerrero y los otros tantos que dominan en 28 de las 32 Entidades del país? ¿Y cuántos de los miles de Munícipes morenistas, como los verdes del Estado caribe, lo serían, asimismo? ¿Cuántos y cuáles serían leninistas, trotskistas, maoistas y de alguna otra denominación marxista, por ejemplo?

Porque el socialismo tricolor que hizo la fuerza electoral de la izquierda partidista mexicana procede de las políticas de reivindicación social que fueron olvidadas por los caudillos presidenciales vencedores de la Revolución Mexicana, Obregón (que mandó matar a Carranza) y Calles (y los cuatro Presidentes títeres impuestos por su ‘Maximato’ de un cuarto de siglo); políticas que el general Cárdenas sabía que, más allá de su inclusión y su formalismo constitucionales, debían convertirse en programas de Estado realizables en los hechos, porque si no se refrendaban como conquistas populares por las que los agraristas gestaron el movimiento armado -y aunque más tarde no pasaran de ‘concesiones’ al pueblo por parte de la corrupción institucionalizada y que, al cabo, servirían como banderas ideológicas para encubrir la sociedad de intereses del poder político con la nueva oligarquía-, se corría el riesgo de la generalización de la inconformidad y de nuevos alzamientos.

De modo que el socialismo tricolor que hizo triunfante a la izquierda perredista y morenista fue el del general Cárdenas, que no tenía nada qué ver con el marxismo, y que siendo Presidente de la República favoreció a Trotsky con el asilo no porque el general fuera marxista, sino para no alinear su ‘socialismo’ al de la expansiva represión estalinista. Y quien sí era un socialista doctrinario radical era el mentor y compadre de Lázaro Cárdenas, el general Francisco J. Mújica, pero por cuyo radicalismo y para no agravar la crisis de la relación con Estados Unidos tras la Expropiación Petrolera y las políticas calificadas de comunistas por los ‘americanos’, optó por hacer sucesor presidencial suyo -y a pesar de haber perdido la elección presidencial con el opositor Juan Andrew Almazán- a un personaje que representaba todo lo contrario a sí mismo y al socialismo de Mújica, el general Manuel Ávila Camacho, quien sería muy bien visto por Washington cuando más era menester: frente a las amenazas nazi y de la Segunda Guerra Mundial.

De modo que ha sido esa izquierda cardenista del partido de la Revolución Mexicana institucionalizada la que ha hecho la base social del nuevo partido hegemónico. Pero ¿cultivan esa ética socialista -la cardenista predicada por Andrés Manuel o la marxista universitaria de la formación de Claudia y de su entorno purista militante- los liderazgos verdemorenistas quintanarroenses, por ejemplo, donde desde el poder político, defendido como poder popular, se atenta sin recato ninguno contra los mandatos constitucionales para controlar todo el sistema de Justicia y dejar hacer sin contenciones de autoridad al crimen organizado?

¿Cultivan esa ética los neomorenistas que controlan del mismo modo Tamaulipas, y donde la tradición del crimen organizado impuesta por el ahora presidiario Tomás Yarrington en sus tiempos violentos de Gobernador priista sigue su curso y donde, reforma judicial federal de por medio, el grupo gobernante sigue dominando el sistema de Justicia y facilitando el vasto tráfico ilegal de combustibles como parte de la red nacional que ha operado el obradorismo?

¿Es socialista el Gobernador de Sinaloa o las Gobernadoras de Baja California, Guerrero, y Veracruz, o los dirigentes de las mayorías parlamentarias federales? Pongamos que no. Pero ¿no debiera ser la Presidenta socialista más enfática por lo menos en repudiar los actos de corrupción de sus presuntos correligionarios que se dicen defensores de la moral partidista hegemónica del país? ¿No se sabe ella distinta de las evidencias que, como en el caso del Gobierno de Quintana Roo, su propia gestión presidencial ha censurado y demandado ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación como atentados constitucionales, en este caso por pretender, el grupo gobernante (que incluye a la Legislatura local), apoderarse, mediante el retorcimiento de la ley, del aparato de Justicia del Estado -con cuyo sometimiento fáctico ya contaba- pervirtiendo en su favor los postulados de la reforma judicial promovida por el partido presidencial, el partido al que dice pertenecer el grupo gobernante de Quintana Roo aunque todo el mundo sepa que controla el Niño Verde?

¿Seguirá tolerando, la ética socialista presidencial, el ejercicio ilimitado de esos liderazgos que se defienden como alternativos, y como populares, y como radicalmente contrarios a los de la oposición priista y panista a la que han reemplazado en la representación popular porque el pueblo la ha denunciado y la ha echado abajo por inmoral y por corrupta? ¿Hasta dónde llegará la moral izquierdista de Claudia saludando la buenaventura de sus correligionarios de izquierda sin la más mínima llamada de atención para intentar reducir -cuando menos- sus delictivos actos de poder? 

SM

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