La científica en su laberinto

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Signos

Qué patético es escuchar a la Presidenta justificando a grito abierto y con la misma histérica historia redundante de Calderón y García Luna, a los exGobernadores y a los Gobernadores de su partido que han mantenido o que mantienen como autoridades policiales, ministeriales y judiciales en sus Estados a criminales iguales o peores a García Luna, y ahora con la constitucionalidad de una politizada reforma judicial que han retorcido de la manera más dolosa para favorecer, ya sin el menor escrúpulo frente a todo juicio y toda condena de opinión pública, sus intereses y los de sus grupos delictivos.

Qué lamentable es que sus palabras, las de su incompetencia retórica, no sean sino confesiones de que son ellos y su poder de decisión los que sostienen su liderazgo ideológico, político y de Estado; los que terminarán imponiendo a los candidatos obradoristas de los procesos electorales que vienen, y los que seguirán haciendo que la vieja corrupción de todos los tiempos sea idealizada -en la incivilidad mayoritaria y gracias a los financiamientos populares del Bienestar que sustentan, a su vez, la popularidad presidencial- como la buena nueva de la regeneración moral.

Nada con el crimen organizado desde esa izquierda gobernante en el país, como si tal autoridad tuviera, sin excepciones, los genes inmaculados de los aborígenes prehispánicos cuya grandeza absoluta decreta en su último libro el patriarca fundador del partido de la Regeneración Nacional o de la llamada ‘cuarta transformación’, o como si todos los dirigentes morenistas en las entidades que antes fueron figuras distinguidas del PRI o del PAN, como los Yunes veracruzanos, se hubieran santificado.

Si no se les ha investigado, mal, porque eso es encubrimiento vil. Y si se les ha investigado, peor, porque esa declaración de inocencia es complicidad.

Por ejemplo: el día de la captura y extradición del Mayo Zambada a los Estados Unidos, casi a la misma hora y en las inmediaciones del lugar donde el Mayo fue secuestrado por Joaquín Guzmán López bajo el engaño de una reunión del Gobernador, Rubén Rocha Moya, con ellos, fueron asesinados Héctor Melesio Cuén, exRector de la Universidad Autónoma de Sinaloa y exAlcalde de Culiacán, conocido como el mayor enemigo de Rocha y buen amigo del Mayo, así como José Rosario Heras López, Comandante de la Fiscalía General del Estado de Sinaloa y quien fuera, asimismo, jefe de la seguridad del Mayo. Se informó que ese mismo día el Gobernador viajó a Estados Unidos pero jamás se dio cuenta de documento migratorio alguno cuyo sello validara el viaje, ni cómo es que ni la Fiscalía ni nadie entre sus agentes investigadores o de otra corporación policial ni el Gobernador mismo supieron nunca nada de la responsabilidad ilícita que cumplía el Comandante Heras como jefe de la guardia de uno de los más buscados delincuentes del mundo, el narcotraficante Ismael Zambada García, el Mayo.

Pues nunca se ha sabido más nada de nada al respecto pero bien puede confiarse a ciegas en la inocencia plena del izquierdista Rocha Moya como uno de los apóstoles infalibles de la regeneración moral y de los que hacen invencible al también izquierdista ‘Pueblo de México’ y a su Presidenta, a decir de ella.

Y que la nueva Presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Tamaulipas y exConsejera Jurídica del Gobernador, Tania Contreras López, de estirpe huachicolera, no fue impuesta por el Gobernador Américo Villarreal sino mediante el más transparente de los recursos parlamentarios, como tampoco fue impuesto por el Gobernador en la Fiscalía General tamaulipeca el expresidiario Jesús Govea, acusado de vínculos con el Cártel del Golfo, sino por el mismo procedimiento parlamentario que obra la alquimia constitucional del mayoriteo democrático que transforma la vileza fáctica del poder político en angélica autonomía de gestión ministerial ciudadanizada y de plena inspiración popular, ¿qué importa?, si Hernán Bermúdez Requena no es Genaro García Luna ni Adán Augusto López Hernández es Felipe Calderón porque ahora, sí señor, gobierna la ‘cuarta transformación’, que es el gobierno del pueblo para el pueblo y blablablá, blablablá, blablablá…

Cuando se difundió que el Mayo había hecho saber que el día de su secuestro y de la muerte de Cuén y de Heras él había acudido al lugar donde fue capturado en Culiacán porque le dijeron que se reuniría con Rocha y los hijos del Chapo, la entonces Presidenta Electa, tras el obvio rechazo del Gobernador a esa versión, lo defendió a capa y espada: “Le creemos al Gobernador, es compañero del movimiento desde hace tiempo; tiene un enorme apoyo popular en Sinaloa, la gente lo quiere mucho. Él dio su explicación de frente, directo y nosotros vamos a seguir apoyando a Sinaloa”.

Y tantán:

“Sheinbaum Pardo solicitó a los medios hablar mejor de que Genaro García Luna, quien fuera Secretario de Seguridad Pública en el Gobierno del exPresidente panista Felipe Calderón, está preso en Estados Unidos por sus nexos con el narcotráfico”, publicó El Financiero, entre otros medios.

Porque “en Morena ‘no establecemos ninguna relación de complicidad’ con las bandas de narcotraficantes'”, dijo.

Era agosto del 24 y cantaba al son del entonces Presidente amigo de Rocha Moya (que ha dicho sin vueltas que a él lo puso en el Gobierno estatal Andrés Manuel López Obrador y nadie más), de Américo Villarreal y de todos los Gobernadores expriistas de izquierda señalados de delincuentes políticos y en cuyos dominios el crimen organizado ha desplegado sus negocios de tráfico de combustibles robados y los de drogas, extorsión, saqueo inmobiliario y todos los del narcoterror que se operan con la complacencia de la autoridad, a la que cualquier vecino identifica en sus pueblos como servidora de las bandas criminales.

Cantaba, la ahora Presidenta Sheinbaum, al aire del autor de “Grandeza”. Y lo sigue haciendo una y otra y otra vez, repitiendo el hartante sonsonete de que, al igual que todos los pueblos aborígenes, “en Morena no somos corruptos ni tenemos nexos con el ‘narco’, porque no somos como los de antes, como García Luna y Felipe Calderón”.

Todos, como los mexicas originarios y como todos los indígenas de cada pueblo prehispánico, son inocentes de toda culpa y son los elegidos para hacer del ‘Pueblo’ -el de la izquierda, claro está, y que no se junte ni se identifique con nadie ni vote por nadie que pueda ser clasificado en la derecha y en la ultraderecha-, el gran pueblo de la regeneración moral, por más que el enemigo ideológico y que todas las evidencias indiquen que el Niño Verde mueve la cuna de la delincuencia política verdemorenista en Quintana Roo, mueve el Congreso, la Fiscalía y el Tribunal Superior de Justicia del Estado, y por más que adviertan que ninguno de los jefes del poder político que garantizan impunidad a sus pares del crimen organizado habrá de ser castigado como delincuente por la Justicia obradorista mientras ejerza el poder del pueblo como un apóstol del humanismo indigenista y como un representante de su prehispánica Grandeza.

Defender la causa electoral del partido presidencial, como la de todo partido y toda lucha ideológica y de poder, requiere de propaganda y de pronunciamientos tan pertinentes y tan demagogos como no puede ser de otra manera en la política desde el principio de los tiempos.

Se entiende que se tengan que maquillar adefesios propios y de los aliados, defender complicidades inevitables y transitar pantanos pestilentes como jardines de rosas. Pero si se apuesta por las mejores razones hay que empezar por la autocrítica y por la construcción de mensajes que adviertan de los riesgos de los poderes mal habidos y del rigor de Estado de quien lo mismo puede tolerarlos por conveniencia estratégica que ponerles límites estando de su lado por interés mutuo.

La defensa presidencial de la rufianería, sin contenciones ni condicionamientos de palabra y obra, pone en un atolladero de credibilidad los ya de por sí políticamente incorrectos postulados morales de un movimiento donde la lucha por el poder no puede, por la lógica de estas y aquellas acciones y negociaciones entre la turbiedad y por debajo de la mesa -porque eso dimensiona el valor del capital y la capacidad de hacer política-, sino estar plagada de inmoralidades.

Aquellos son los bandoleros y nosotros los más genuinos e intachables justicieros, es indigesto, por decir lo menos. Autoglorificarse puede ser de alto protagonismo pero de muy ralo valor introspectivo. Es mala política. La buena es la de hacer sentir el poder; la de saber usar a los malos haciéndolo de su conocimiento y poniéndolos en su lugar, no defendiéndolos a toda costa para ponerse a su merced. 

SM

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