Provoca náuseas que ahora vuelva a usarse con desenvoltura ese lenguaje que se utilizó en el mundo, meses antes de la llegada de Adolf Hitler y Benito Mussolini al poder en Alemania e Italia. El hocico inmundo fascista asoma cuando el presidente del Gobierno de Cataluña escribe que “la raza del socialista catalán ha entrado en decadencia al mezclarse con la raza del socialista español”, o cuando Donald Trump dice que la pandemia es de “un virus extranjero”. No puede haber tolerancia, no hay término medio. Conceder un rango de normalidad a esa clase de afirmaciones es aceptar la infección mental más destructiva que ha conocido la especie humana. “A las personas de vocación ilustrada nos alarma reconocer que las mayores tiranías y matanzas del siglo XX se legitimaron no con el lenguaje de la religión ni el del fanatismo integrista, sino con el de la ciencia. Lenin, Stalin, Mao y Abimael Guzmán estaban convencidos de que actuaban en nombre del ‘socialismo científico’, término acuñado por Marx al que todavía le dábamos vueltas en los seminarios de adoctrinamiento de mi primera juventud.
Simone Weil, que tenía una formidable educación científica, decía que muchas personas abandonan la religión convencidas de la superioridad de la ciencia, y a continuación abrazan la ciencia como una fe religiosa, con una reverencia hacia dogmas que no entienden tan incondicional como la que antes les llevaba a creer en los milagros o en la Santísima Trinidad. Marx había leído ‘El origen de las especies’ y estaba seguro de haber descubierto las leyes fundamentales del desarrollo de la historia igual que Darwin había descubierto las de la selección natural”. “Darwin, un hombre casero, familiar, parsimonioso, tan dotado para la literatura como para la observación de los animales y las plantas, nunca acuñó la expresión ‘la supervivencia del más fuerte’. Pero ese término muy pronto iba a formar parte de los vocabularios políticos e ideológicos más siniestros, y a justificar lo mismo la inferioridad de ciertas ‘razas’, y por lo tanto el esclavismo y el colonialismo, como la subordinación de las mujeres o la explotación de los trabajadores. Los hallazgos de Mendel sobre la transmisión de los caracteres genéticos o los de Pasteur sobre el origen microbiano de las enfermedades se utilizaron de inmediato para dar una legitimidad científica a los privilegios de clase, al racismo y al nacionalismo…”, nos recuerda en plena Pandemia del Coronavirus el escritor andaluz Antonio Muñoz Molina, en una magistral columna, titulada ‘Hocico fascista’. “El ‘establishment’ científico alemán, con la excepción del profesorado judío, se afilió mayoritariamente al nazismo”.
En el sur de Estados Unidos había evangélicos hostiles a la ciencia que justificaban la esclavitud y luego la segregación con citas del Antiguo Testamento; y también personas de mente avanzada que sustentaban prejuicios idénticos con argumentos tomados directamente de la ciencia. En las primeras décadas del siglo XX, la eugenesia era una disciplina sanitaria y científica del todo respetable en los países más esclarecidos de Europa. El nacionalismo progresivamente enrarecido que estalló como un tumor genocida en 1914 se alimentaba de fantasías históricas, de leyendas de heroísmos y agravios colectivos, igual que de estudios experimentales sobre la fisiología de las razas humanas… Nacionalismo, racismo, eugenesia, se funden en un brebaje mucho más destructivo porque se manifiestan no con la estridencia ronca del fanatismo, sino con el aire razonado y ecuánime de los hechos científicos. En las mejores universidades de Europa, investigadores con batas blancas medían cráneos, barbillas, distancias entre orejas, altura de frentes, para determinar con todo rigor empírico las diferencias de los tipos raciales, así como la peculiar fisiología de las personas destinadas a la inferioridad o al delito.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
La primera novela de Antonio Muñoz Molina, ‘Beatus Ille’, apareció en 1986, aunque se gestó durante varios años. En ella figura la ciudad imaginaria de Mágina, trasunto de su natal Úbeda que reaparecerá en otras obras suyas. El artificio que organiza la trama se aferra a la voz narradora que desde los primeros párrafos transita de manera ambigua entre la descripción de lo que ve, la ficción de lo que intuye, y de los recuerdos que le gustaría tener del pasado. Así planteada, esta voz anónima relata la llegada de Minaya, un joven solitario y sin historia, a un pueblo de provincias. Este joven llega en 1968, huyendo de las persecuciones de un oscuro Madrid franquista, a Mágina, siguiendo el rastro de un poeta de la Generación del 27, Jacinto Solana, olvidado luego de la Guerra Civil. Él, Minaya, será quien, escudriñando el pasado como un detective, tejerá la memoria de los sucesos desde 1936. La voz que guía al joven desenmascara su dueño hacia el final de la novela. Es el propio Jacinto Solana, a quien todos creen muerto, quien dictó a Minaya desde la oscuridad la historia como él quisiera recordarla. El tiempo en Mágina está detenido. Los personajes permanecen esperando desde 1939 que llegue la muerte. El motivo de este letargo es ajeno a la finalización de la guerra, aunque los protagonistas hayan sido republicanos declarados: el acontecimiento que frenó la necesidad del paso del tiempo fue la muerte de una mujer cuya vida une a los personajes de esta historia.
En la novela de Muñoz Molina aparece una imagen vigente en 1969, y aun hoy, sobre la Generación del 27. Cuando se lo interroga acerca de los motivos que lo llevan a elegir ese escenario para su poeta apócrifo, él los describe así: “En ese momento es el de la universalización de España, cuando estuvo a punto de convertirse en una patria para todos los españoles. Esa esperanza fue abolida por la Guerra Civil, y es la gran tragedia nacional, es un episodio fundamental de nuestra experiencia personal y colectiva. La actitud de Minaya frente a Jacinto Solana es la misma actitud de nuestra generación hacia esa otra generación, hacia esos ‘héroes’ de algo que pudo haber sido. La idea de gran tragedia nacional que él describe, como quiebre de lo que pudo haber sido, funciona en el imaginario a la par de otra: la idealización que el paso del tiempo impuso sobre los poetas que participaron en el movimiento cultural que lleva a la aparición de la II República.
El ‘establishment’ científico y académico alemán, con la excepción evidente del profesorado judío, se afilió mayoritariamente al nazismo
Para nosotros, la imagen de un nazi o de un fascista es la de un sujeto bronco, despechugado, con una camisa negra o parda o azul, rugiendo consignas ante una chusma ignorante: en una novela reciente de Martín Domínguez, y en un número especial de la revista Métode, de la Universidad de Valencia, se nos recuerda que el ‘establishment’ científico y académico alemán, con la excepción evidente del profesorado judío, destinado muy pronto a la depuración, se afilió mayoritariamente al nazismo. Las listas de libros destinados a la hoguera en las bibliotecas universitarias no las dictaron intrusos nazis, sino catedráticos y profesores prestigiosos. La disciplina del trabajo científico resultó perfectamente compatible con la celebración de la irracionalidad y el exterminio. Acaba de publicarse una biografía de Josef Mengele —‘Unmasking the Angel of Death’, de David Maxwell— y en ella, los años de Auschwitz ocupan bastantes menos páginas que los de su formación académica y su carrera como científico. Imaginamos al doctor Mengele como una especie de doctor Jekyll o doctor Frankenstein, un demente entregado a experimentos de desenterrador de cadáveres o de carnicero, un sádico de botas negras de montar y uniforme de las SS. Pero resulta que Mengele fue un estudiante aventajado desde niño y un discípulo de algunas de las mayores eminencias de la biología y la medicina alemanas de su tiempo. Publicaba artículos en las mejores revistas de investigación genética, y sus experimentos con gemelos idénticos en Auschwitz contaban con el aval de los mejores laboratorios universitarios de Berlín. Mengele había dedicado su tesis de doctorado, altamente alabada, a ciertos pormenores de la fisiología de la barbilla que permitían detectar con máxima precisión la pertenencia de un individuo a la raza aria.
Pero el argumento nazi fundamental viene de la epidemiología. La raza, el pueblo originario, la pura nación inmemorial, es un organismo sano y robusto, que sin embargo puede verse invadido por gérmenes patógenos, bacterianos o víricos. La ciencia alimenta la imbecilidad política, pero la imbecilidad política también se contagia a la mirada de la ciencia: el cuerpo es una especie de fortaleza sitiada por invasores invisibles que aprovecharán la menor fisura de debilidad para apoderarse de ella. En toda la prensa antisemita europea, en los discursos nacionalistas de todos los pelajes, la epidemiología suministra una misma metáfora letal: hay un nosotros sagrado, saludable, amenazado siempre, condenado en cuanto baja la guardia, un nosotros que es un cuerpo colectivo al que asedian microorganismos dañinos, bacterias, virus, parásitos. La tarea de la salud pública, política o sanitaria, es la identificación del organismo extranjero y traidor y su exterminio. El judío es el microbio patógeno que engloba a todos los demás: al bolchevique, al apátrida, al comunista en ciertos sitios, o aquel a quien los comunistas designan como adversario en otros. En los años del terror en la Unión Soviética, los enemigos a eliminar son también gusanos o parásitos, microbios traicioneros que chupan la sangre noble del pueblo.
Vecinos de Candelario, Salamanca, acusan a gente de fuera de haber introducido el coronavirus en el pueblo, rajaron las ruedas de 11 coches
El lunes 9 de marzo, Ana Isabel Elena llamó al servicio de urgencias 112 para comunicar que su padre, Andrés Elena Domínguez, vecino de Candelario (Salamanca) de 72 años, tenía un grave problema de insuficiencia respiratoria (padecía una insuficiencia crónica). El 112 trasladó al paciente al Hospital Clínico de Salamanca, donde se quedó en Urgencias. Durante el tiempo que permaneció en observación, otro hijo suyo, Andrés Elena García, viajó a Salamanca desde Málaga, su lugar de residencia. Nada más llegar, preguntó a su padre si le habían hecho la prueba de coronavirus. El hombre le respondió que había dado negativo. En las siguientes horas Andrés Elena empeoró y se le hizo un cateterismo. Entre esa noche y la madrugada del 12 de marzo, su salud no mejoró (la fiebre seguía siendo alta) y se le hizo un nuevo test del coronavirus: dio positivo. Ese mismo día, a 80 kilómetros, en Candelario se publicó un bando municipal del alcalde, Pablo Hernández (PSOE): “Hago saber: que el 12 de marzo de 2020, desde el servicio de Urgencias y Emergencias del 112, se nos ha comunicado la existencia de un caso positivo de coronavirus de un paciente residente en Candelario. Hacemos un llamamiento a la tranquilidad e instamos a los contactos directos de dicho paciente a quedar en cuarentena en sus domicilios (…)”. El bando no citaba el nombre del vecino, pero daba por hecho que el pueblo lo conocía, y se instaba a las personas que habían estado en contacto con él a permanecer aislados.
Prácticamente al mismo tiempo en que Andrés Elena fallecía en la madrugada del día 14 tras pasar sus últimas horas aislado, se produjeron varios actos vandálicos en Candelario, un tranquilo pueblo de la Sierra de Béjar de 600 vecinos habituales y reconocido como bien de interés cultural del patrimonio histórico español. El sábado, residentes no habituales del pueblo y turistas se encontraron con las cuatro ruedas de sus vehículos rajadas; hasta 11 coches inutilizados. “Toda la gente está muy nerviosa por el coronavirus. Llegamos el viernes, aparcamos en la plaza y fuimos al hotel”, dijo a La Gaceta de Salamanca una mujer inglesa que, con su marido, se encontraba de vacaciones en Almuñécar y decidió pasar el fin de semana en Candelario. El alcalde, Pablo Hernández, hizo público un comunicado para recordar su llamada a la calma en el bando anterior y acusó a un reducido grupo de personas de denigrarse y comprometer el “buen nombre” de pueblo y sus vecinos. Hernández reconoce que hay vecinos que “por miedo y por desconocimiento” están muy nerviosos tras el fallecimiento de la víctima del coronavirus. “Se preguntan cuándo fue la última vez que estuvieron con él”. Y algunos acusan a gente de fuera de haber introducido el coronavirus en el pueblo.
Por su parte, el hijo del fallecido, Andrés Elena Domínguez, ha acusado al regidor de convertir a su padre “en un apestado” y de estigmatizar a toda su familia por haber publicado en el bando “que ordenaba la desinfección del centro médico despertando una alarma social en todo el municipio al afirmar que estaba pasando la cuarentena del coronavirus en casa”. El hijo ha recordado, en un comunicado enviado a medios locales, que su padre no visitó ese centro, y que no se encontraba en cuarentena en el pueblo. El bando, sin embargo, no menciona ninguna de las dos cosas. “Pero es cierto”, dice el alcalde, “que los familiares de Andrés Elena Domínguez fueron al centro médico de Candelario a informar, instados por el hospital, de que su padre estaba en Salamanca ingresado por coronavirus y, al irse, los propios sanitarios limpiaron con lejía rebajada las instalaciones, como manda el protocolo. Pero fue por orden de los responsables del centro de salud, en ningún caso del Ayuntamiento”. “¿Dónde fue contagiado mi padre?”, se pregunta el hijo de Andrés Elena en su escrito. “Sabiendo que la situación de emergencia que estamos viviendo no es el mejor momento, que nos dejen de estigmatizar porque el contagio se produjo en la cadena de traslado y tratamiento, no en Candelario”. La pregunta, sin embargo, se ha instalado en el interior del pueblo.
Miedo en México ante los retos que enfrenta con un frágil sistema de salud, con recortes, falta de camas y de personal
México enfila en los próximos días la previsible crecida del Coronavirus. Después de tres semanas de mensajes de calma y medidas de contención, el miércoles y jueves se registraron los dos primeros fallecimientos. La primera víctima fue un hombre de 41 años con problemas diabéticos que ingresó por una neumonía al área de urgencias del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), un hospital de alta especialidad al sur de Ciudad de México que será uno de los cuatro centros de referencia para una crisis que de momento suma 203 contagiados, de los cuales el 8% está hospitalizado y solo cuatro personas son tratadas por cuadros muy graves. El país encara la peor fase del contagio, un periodo de al menos 12 semanas, con un laberíntico sistema de salud erosionado por recortes, desabasto de medicinas, déficit de personal sanitario e infraestructura escasa. Los 125 millones de mexicanos viven bajo un paraguas de salud con forma de puzzle. Existen tres niveles de atención en centros públicos y privados. Pero solo la pata pública incluye a su vez nueve diferentes cabezas de la seguridad social por los que se reparte la población según dónde, cómo y para quién trabaje. Este conjunto de galaxias, criticado por ineficiente por numerosos organismos internacionales, cuenta con 121.400 camas de hospital, según cifras de la Secretaría de Salud. Esto es 97 camas por cada 100.000 habitantes. Este promedio está entre los más bajos de los socios de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), por debajo de Sudáfrica o Colombia. En el club de países desarrollados, México es también de los que menos gasta en salud. Apenas un 5% del PIB, solo por encima de Turquía o Estonia y por debajo de Chile o Brasil.
El avance exponencial de la pandemia ha sido respondido con una catarata de medidas por parte de los países más afectados. En Europa, actual foco de la enfermedad, tardaron en despertar de un cierto optimismo inicial, pero tras el estallido se sucedieron los cierres de fronteras y las declaraciones formales de emergencia. Países latinoamericanos como Argentina, Colombia o Brasil también han impuesto acciones de cuarentena y han restringido el movimiento exterior. Mientras en China, origen del virus, se instalaron rápidamente las estrictas temporadas de confinamiento de la población y suspensión comercios, transportes y practicante cualquier actividad. En México, sin embargo, las autoridades han optado por alargar la paciencia. Parapetados en su experiencia previa durante la influenza H1N1 de 2009, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha optado por la calma y una subordinación de la respuesta política al seguimiento literal de las recomendaciones científicas. Hasta este viernes, el protocolo se limitaba a meras recomendaciones de guardar la “sana distancia” y evitar aglomeraciones. De hecho, la declaración formal de la emergencia no llegó hasta el jueves, con la convocatoria del Consejo de Salubridad General (CGS), un órgano controlado por el presidente que se erige en autoridad sanitaria en casos excepcionales.
Unos 250,000 mexicanos serán infectados, 175,500 necesitarán atención hospitalaria, 24,500 serían ingresadas y 10,500, en estado crítico
Han pasado tres semanas desde que, el 28 de febrero, se confirmó el primer caso en el país, y una semana desde que la OMS declaró la crisis como pandemia. Algo que ha despertado críticas entre los especialistas: “Es un desfase temporal muy amplio que no se corresponde con las guías de la OMS sobre cuándo hay que detonar la alerta”, apunta David Sánchez Mejía, abogado especialistas en derecho de la salud por la Loyola University de Chicago. La nueva autoridad que centralizará a partir de ahora la toma decisiones ha pedido “a la brevedad” a los 32 Estados un plan para liberar y poner recursos a disposición de los futuros afectados por el virus. Los hospitales de alta especialidad de Ciudad de México han dicho que podrían convertir entre 400 y 500 camas más durante la contingencia. “Con las medidas de reconversión y las camas que tenemos será suficiente”, anunció el jueves Ruy López, encargado de las estimaciones del Gobierno.
Los pronósticos oficiales dibujan un mapa en el que cerca de 250,000 mexicanos, un 0,2% de la población, serían infectados. De ese total, unas 175,500 personas necesitarán atención hospitalaria, 24,500 serían ingresadas y solo el 6%, unos 10.500 pacientes, estarán en estado crítico, es decir, necesitarían ser tratados en centros especializados y unidades de cuidados intensivos (UCI). Para ese nivel de tratamiento el sistema mexicano cuenta con 22,050 camas, la mayoría concentradas en los hospitales federales públicos. Los hospitales privados solo aportan 1.046 camas al tercer nivel de atención médica a pesar de que el 7% de los mexicanos tienen un seguro médico. Esta estimación considera que este escenario podría ocurrir en la primera etapa de contagios, en las próximas semanas, cuando haya miles de personas diagnosticadas con el virus en varias regiones del país, lo que la Secretaría de Salud ha llamado Fase 3.
México confía, según sus números, en contar con una ratio de dos camas con UCI para cada enfermo grave. Un colchón razonable al que habría que descontar, en todo caso, las camas que ocupadas por pacientes con otras patologías. Los cuatro hospitales -el INER, Nutrición, el General de México y el Juárez- que las autoridades han fijado para la atención de los cuadros graves están todos ubicados en la capital del país. Las previsiones del Gobierno se basan en lo ocurrido en China, pero los patrones de crecimiento del virus no son equiparables. Pekín tomó medidas antes y de manera más drástica. La evolución en México se parece más a los casos europeos y latinoamericanos. El tiempo de duplicación del contagio es similar al de España, que supera ya los 20,000 contagiados y el millar de muertes, o a los que sucede en Brasil o Chile, los países latinoamericanos con más afectados. No obstante, en México, parte de la población no ha esperado a que el Gobierno imponga medidas y ya se ha adelantado con las precauciones.
No hace mucho, en octubre de 2019, el Gobierno de López Obrador admitió un déficit de más de 123.000 médicos en el país.
Julio Frenk, rector de la Universidad de Miami y exministro de Salud de México (2000-2006), considera que la estimación del actual Gobierno es poco realista considerando que el contagio ha sido exponencial en otros países además de China. “Si estos datos son así, significaría que el virus se está comportando en México de una forma muy diferente del resto del mundo”, comenta. Solo en el vecino del norte, Estados Unidos, el país donde vive el doctor Frenk, se registran ya más de 7,000 casos y 200 muertos. Las previsiones son mucho más duras que en México: oscilan entre el 20% y el 60% de población contagiada, lo que en los cálculos más optimistas significa la hospitalización de cerca de cinco millones de estadounidenses, de los cuales dos millones irían a parar a cuidados intensivos. Los porcentajes estadounidenses están, paradójicamente, más en sintonía con los apuntados a finales de febrero por el portavoz mexicano, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell: “Se podría llegar a tener hasta 70% de la población infectada, es decir, de 75 a 78 millones, de los cuales, cerca de 12% podrían tener síntomas, y solo de 2 a 5% podrían tener enfermedad grave”. La estimación inicial de López- Gatell contemplaba un escenario de contagio a lo largo del tiempo y que ante el desarrollo de la enfermedad en China fue ajustado hasta establecer la tasa de ataque en 0,2%. El 5% inicial equivaldría a 6.2 millones de pacientes graves en México. Una avalancha que arrasaría con las 200,000 camas previstas con UCI.
El reto que impone el coronavirus a México no es únicamente de infraestructura sanitaria, sino también de recursos humanos. No hace mucho, en octubre de 2019, el Gobierno de López Obrador admitió un déficit de más de 123,000 médicos en el país. Demasiados agujeros en todos los diferentes apartados del laberíntico sistema. México cuenta con 226,000 enfermeros y 82,300 doctores en los sistemas de Salud e IMSS, las dos grandes cabezas del sistema. Solo Salud cuenta con un puñado de especialistas: 1,200 de urgencias, 400 epidemiólogos y 200 neumólogos en la red que depende del ministerio federal. Mientras que IMSS tiene 7,600 médicos de urgencia y terapia intensiva. Se trata de una tasa de 2.2 doctores por cada 100,000 habitantes, una cifra que se sitúa en el promedio de América Latina, pero lejos de países que tienen el doble del personal sanitario y a pesar de eso se han visto rebasados por la emergencia sanitaria como España (4.4) e Italia (4.1), según datos del Banco Mundial.
El empresario Elon Musk, de Tesla y gigantes automotrices como General Motors y Ford parecen dispuestos a volcarse a fabricar ventiladores
Los ataques del virus al aparato respiratorio han convertido los ventiladores en una máquina crucial que puede marcar la diferencia entre la vida y muerte. La secretaría de Salud afirma tener 2,053 ventiladores, aunque estos datos no consideran los equipos con los que cuentan los hospitales privados, ni el IMSS e ISSSTE. La gente que conoce el interior de estos complejos organismos piden tomar con cautela estas cifras. “No hay inventarios únicos estandarizados de bienes”, explica Daniel Broid, quien fue coordinador de Planeación e Infraestructura Médica del IMSS entre 2013 y 2016. “El IMSS debe tener más de 2.000 ventiladores, aunque muchos de estos deben tener bastantes años de servicio”, añade. Los tiempos de recortes implementados al sector por los Gobiernos de Enrique Peña Nieto y el de López Obrador han hecho que los hospitales se hayan visto obligados a rentar nuevos equipos que no aparecen contabilizados en los registros oficiales. “Entre los recortes indiscriminados y un presupuesto que no fluye la gente que conoce de estos procesos se ha ido. Mucho talento ha abandonado, por lo que existe una pérdida de capacidad institucional”, profundiza Broid.
En una medida que parece anticipar que la marea será alta, el Ejecutivo ha anunciado que pretende comprar otros 2.000 ventiladores más. “Hay que tener en cuenta que ahora mismo hay una escasez internacional de ventiladores”, advierte Frenk sobre el anuncio. Todos los países afectados están sufriendo de esta falta, como sucedió a China, Italia y ahora es un problema que intenta resolver con urgencia EE UU. El empresario Elon Musk, de Tesla y gigantes automotrices como General Motors y Ford parecen dispuestos a volcarse a su fabricación. En el país norteamericano apenas hay 12 productores de estos ventiladores, un material complejo y caro. Con el mercado estrechándose cada vez más -y con Gobiernos como Alemania prohibiendo la exportación de material sanitario-, el propio Donald Trump conminó esta semana a los gobernadores de los Estados a buscar la manera de ser autosuficientes.
El médico húngaro, Ignaz Semmelweis, pionero de la antisepsia, salvó la vida de las parturientas con tres palabras: “Lavarse las manos”
Han pasado más de 150 años desde que Ignaz Semmelweis demostró que el hecho de que los médicos se lavasen las manos en el hospital evitaba la muerte de mujeres parturientas al dar a luz. Hoy, ese gesto, tan sencillo como cotidiano, cobra en las últimas semanas un valor incalculable al haberse convertido en una de las soluciones más eficaces para evitar el contagio del virus Covid-19, conocido ya en todo el mundo como coronavirus. Sin embargo, a pesar de su gran descubrimiento y de su lúcida cabeza, Semmelweis nunca fue tomado muy en serio por sus colegas. Estos no le perdonaron que lanzara proclamas para que las mujeres no fueran atendidas en los hospitales por el riesgo a morir por la fiebre puerperal, también conocida como ‘fiebre de las parturientas’, que los acusara de “asesinos” y que no supiera explicar científicamente las conclusiones de sus estudios estadísticos para reducir la mortalidad. Tal vez, lo que en el fondo no le perdonaron fue su juventud, ya que con escasos 30 años puso en jaque todo el sistema de salud austriaco, ni tampoco su carácter orgulloso y agresivo.
Su reconocimiento tardó años en llegarle, entre otras cosas porque murió joven -47 años-, solo, deprimido y en un manicomio al que le llevaron engañado. Su fallecimiento se produjo, precisamente, por la infección febril por la que tanto combatió, causada por una herida, que no se sabe bien si fue hecha por él mismo o accidental. De lo que no cabe duda es que el investigador húngaro fue el pionero de la antisepsia sanitaria, más tarde trasladada a la cirugía por Joseph Lister, y quien allanó el camino a Louis Pasteur para que elaborara su teoría del germen. Ignaz Philipp Semmelweis nació en Buda (actual Budapest) el 1 de julio de 1818. Fue el cuarto de diez hermanos en una próspera familia de comerciantes. Su padre se casó con la hija de un constructor de carruajes y tuvieron un fructífero negocio de venta al por mayor. Construyeron un almacén que se convirtió en la sede de la compañía y también en el domicilio del matrimonio Semmelweis, y donde en la actualidad se encuentra el Museo Semmelweis de Historia de la Medicina.
La educación del pequeño Ignaz fue tanto en húngaro como en alemán, aunque este último idioma nunca lo dominó. Al acabar la enseñanza obligatoria empezó a estudiar Derecho, pero tras presenciar una autopsia, se cambió a Medicina, licenciándose en 1844 y logrando la especialidad en Obstetricia en 1846. En aquella época, el Hospital General de Viena era el más grande y más famoso del mundo, con dos clínicas de obstetricia, una para enseñar a los estudiantes de Medicina y la otra para formar a las matronas.
El 20 de marzo, de 1846, Ignaz Semmelweis fue nombrado ayudante del director y jefe de Residentes en la Clínica de Maternidad del Hospital General de Viena. Se propuso a sí mismo investigar y dar solución a lo que otros simplemente asumían como normal en un mundo en el que aún no se hablaba de gérmenes: las muertes por fiebre puerperal. Era una grave enfermedad que afectaba a las mujeres durante el parto y por la que llegaban a fallecer hasta 700 mujeres al año de las que ingresaban para dar a luz.
Las condiciones de higiene desaconsejaban hasta ir a un hospital: los quirófanos eran tan sucios como los cirujanos que trabajaban en ellos
La teoría de la época atribuía la alta mortalidad a los aires nocivos, así que se hicieron numerosos agujeros en los muros y en las puertas de los hospitales, conocidos como ‘casas de muerte’, para mejorar la ventilación, pero todo fue en vano. Entre otras razones, porque las condiciones de higiene desaconsejaban hasta ir a un hospital: los quirófanos eran tan sucios como los cirujanos que trabajaban en ellos. En medio de la habitación solía haber una mesa de madera manchada con huellas de intervenciones anteriores, mientras que el piso estaba cubierto de serrín para absorber la sangre y los enfermos estaban en camas llenas de todo tipo de bichos por la humedad de sus propios fluidos.
Las personas con mayor riesgo en el hospital eran las mujeres embarazadas, particularmente las que sufrían desgarros vaginales durante el parto, pues las heridas abiertas eran el hábitat ideal para las bacterias que médicos y cirujanos llevaban de un lado a otro. Las afectadas sufrían escalofríos, dolores de cabeza, se le enrojecían los ojos, convulsionaban, deliraban y, en cuestión de días, fallecían. Los médicos lo achacaban al frío, a la humedad, al hacinamiento en las salas de maternidad, a la ansiedad de las parturientas, pero lo primero que notó Semmelweis fue una diferencia notable entre las dos salas obstétricas del Hospital General de Viena, cuyas instalaciones eran idénticas. La que era supervisada por los estudiantes de Medicina tenía una tasa de mortalidad tres veces más alta que la de las matronas. Aunque nadie era capaz de resolver el misterio, la decisión de un anterior director del hospital era la clave: quiso modernizar algunas costumbres médicas, entre ellas decidió que los estudiantes de obstetricia dejaran de aprender anatomía con maniquíes y pasaran a hacerlo mediante la disección y el estudio de cadáveres.
Los alumnos que examinaban a las pacientes acudían de sus prácticas de anatomía con cadáveres sin haberse lavado antes las manos
El gran mérito de Ignaz Semmelweis fue empezar a hacer anotaciones y a recopilar datos estadísticos de ambas salas. Lo evidente, y lo no tan evidente, salió a relucir: muchas mujeres contraían la fiebre antes de dar a luz, la infección siempre surgía en el útero y, lo más importante, los alumnos que examinaban a las pacientes acudían de sus prácticas de anatomía con cadáveres sin haberse lavado antes las manos y en esas condiciones exploraban a las mujeres. Las matronas que trabajaban en la segunda sala del hospital, sin embargo, no realizaban estudios forenses, por lo que a Semmelweis se le ocurrió que quizás aquellos estudiantes transportaban en sus dedos la infección que trasladaban de la sala de anatomía a las futuras madres y propuso tres simples palabras: lavarse las manos. Su teoría no gustó nada a la dirección del hospital ni a sus colegas médicos, que se sintieron culpables y directamente acusados de cientos de muertes, así que tras discutir con el director, en octubre de 1846 Semmelweis fue destituido de su puesto.
Un año después, Ignaz Semmelweis se enteró de que un profesor amigo suyo había muerto tras sufrir un corte accidental durante una autopsia. Descubrió que los síntomas que había padecido antes de morir eran los mismos que sufrían las mujeres en el hospital, y así fue como encontró la evidencia que necesitaba para su espíritu metódico. “Su sepsia y la fiebre puerperal deben tener el mismo origen. Los dedos y manos de los estudiantes y doctores, sucios por las disecciones recientes, portan venenos mortales de los cadáveres a los órganos genitales de las parturientas”, anotó.
Gracias a su constancia, Semmelweis consiguió regresar al hospital vienés, donde empezó a corroborar sus hipótesis, y así fue como la terrible sangría de vidas que ocasionaba la fiebre puerperal se redujo drásticamente con un simple lavado de manos. Él mismo preparó una solución de cloruro y ordenó a los estudiantes que se lavasen las manos con ella. Cuando Ignaz Semmelweis comprendió que las infecciones también se podían trasladar tras examinar a pacientes vivas reforzó las medidas de higiene y el número de fallecidas se desplomó aún más.Sin embargo, la mayoría de sus colegas y los propios alumnos rechazaron su eficiente ‘receta’ al no estar basada en una explicación científica, y dos años más tarde, en 1849, herido en su orgullo, Semmelweis perdió de nuevo su empleo en Viena.
Tras ejercer como médico privado en Hungría y dar clases en una universidad, el médico publicó en 1861 una obra en la que exponía sus teorías y se sumió en una profunda depresión. Su carácter tampoco le ayudó a sobrellevar la situación, ya que durante ese periodo redactó también pasquines incendiarios en los que cargó contra los compañeros que lo ignoraron llamándolos abiertamente “asesinos”. Terminó interno en un manicomio tras deambular por la calle con aspecto desaliñado y gritando. Fue su esposa quien llevo a Semmelweis, engañado, al manicomio vienés con la excusa de visitar a un amigo en su casa. Nada más llegar, tres médicos, ninguno de los cuales era psiquiatra, aprobaron su reclusión involuntaria, le pusieron una camisa de fuerza y lo encerraron en una celda oscura, donde fue golpeado por su obstinación. Cuando murió, la prensa médica simplemente dio cuenta de su fallecimiento y no hubo obituarios reconociendo sus logros.
Falleció el 13 de agosto de 1865, a los 47 años. Sobre su muerte circulan varias teorías. La más extendida es que en un arranque de locura se cortó a sí mismo y la herida le produjo la temida fiebre contra la que combatió durante toda su carrera. Otra, sin embargo, sostiene que esa lesión fue accidental. Como reza en la estatua que lo homenajea en Viena, se le conoce como “el salvador de madres”, al igual que ocurre frente a la fachada del Hospital de Budapest, donde se alza una gran escultura con la inscripción “Semmelweis”, y a los pies del pedestal, entre ángeles, una madre de piedra da el pecho al bebé que sostiene en brazos. La mujer mira hacia lo alto de la peana, donde posa un hombre con barba, gabardina y varios cuadernos bajo el brazo. La receta de Ignaz Semmelweis de lavarse las manos salvó incontables vidas desde entonces aunque él no supo darle una explicación científica al motivo de las muertes. Hoy, el concepto fiebre puerperal no es aceptado como categoría diagnóstica, y es más común identificar los órganos y tejidos afectados por la infección, por ejemplo endometritis o peritonitis, pero lavarse las manos ha vuelto a convertirse en las últimas semanas en la manera más segura de sentirse a salvo de un contagio.
Clara Ponsatí se burla de la situación del coronavirus en la capital: “De Madrid al cielo”, Twitter se indigna con la independentista catalana
La eurodiputada y exconsejera de la Generalitat Clara Ponsatí ha incendiado, este mes del Coronavirus atacando a Europa, las redes sociales con un mensaje, que ya ha borrado, en el que, tras abogar por el cierre de la capital española ante el brote del coronavirus, remataba con la frase “de Madrid al cielo”. Según el recuento oficial del Ministerio de Sanidad, en la capital han muerto un total de 213 personas con la Covid-19. El tuit ha sido replicado por el expresidente y también huido de la justicia española, Carles Puigdemont. “El odio no salva vidas”, le ha respondido también a través de esa red social el alcalde de Madrid, el popular José Luis Martínez-Almeida. Ponsatí ha compartido un artículo en el que se compara la situación de la pandemia en Comunidad de Madrid con las de la ciudad china de Wuhan o la región italiana de Lombardía. Ambas zonas fueron aisladas para intentar detener los contagios. Según el texto, Madrid está tardando en adoptar la medida. “Madrid corre ya más riesgo que Lombardía o Hubei pero sigue sin decretar el cierre total”, ha escrito, para posteriormente rematar con el refrán castizo: “De Madrid al cielo”.
El mensaje fue retuiteado por el también eurodiputado Carles Puigdemont. El entorno del expresident se ha prodigado en las redes en los últimos días con mensajes muy similares para criticar las medidas tomadas por el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez o incluso criticar la gestión que están haciendo las consejerías de Esquerra Republicana en Cataluña. Puigdemont escribió, tras conocer la decisión del Gobierno de decretar el estado de alarma: “¡Antes infectada que rota!”. Las palabras de la exconsejera, ya conocida por sus excesos verbales, no han tardado en encontrar serias críticas. “El odio no salva vidas. No nos distraigamos, juntos saldremos adelante. No hay un minuto que perder”, ha respondido también en Twitter el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. Incluso los reproches han llegado desde las filas de Junts per Catalunya. El diputado en el Congreso Sergi Miquel le ha dicho a la eurodiputada: “seguro que hay una expresión más oportuna para decir lo que seguramente todos compartimos”.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha insistido en la necesidad de confinar Madrid para parar el avance del virus. Una petición que ya había hecho para Barcelona. Las principales figuras de Junts per Catalunya han salido a apoyar esa propuesta en las redes sociales. Ponsatí, en el mitin de Puigdemont en Pepiñán, calificó de “engañifa” la mesa de diálogo con el Gobierno, solo tres días después de ponerse en marcha. Canallas en Celtiberia Show. La libertad de expresión debe tener unos límites y aplicarse la ley antes de estos excesos de estos idiotas que salen huyendo del país, buscando refugio en otros lugares de la Europa que parece haberse olvidado de los muertos que provocaron actitudes similares por parte de los nazis, fascistas y franquistas. No podemos admitir estas manifestaciones xenófobas en un Estado de Derecho. El odio y la venganza se imponen en un país cuando el estado adopta una actitud de dejación. Clara Ponsatí es una experta en ‘tocar los cojones’ al personal. Los familiares de los miles de muertos que va a provocar el Coronavirus no van a olvidar a esta profesional de la provocación.
El papel higiénico, el producto estrella de la crisis del Covid-19, una estantería vacía desata la euforia consumista, clave en marketing
Así como el coronavirus y la economía son globales, el comportamiento humano también lo está siendo. En España, uno de los productos que primero ha desaparecido de los estantes de los supermercados fue el papel higiénico. Cuando el Gobierno suspendió la pasada semana las clases de los alumnos, inmediatamente las redes sociales se llenaron de imágenes de clientes llenando compulsivamente los carros de la compra. Y entre esas instantáneas, si algo destacaba era el acopio de abultados rollos de papel higiénico. España no es el único país en el que sucedió esto. En Hong Kong también escaseó, además del arroz, este producto, como en Estados Unidos, Reino Unido, Singapur o Australia. Entre las razones que alega David Coral, presidente de la agencia BBDO, se encuentra el factor psicológico, ya que al tratarse de un producto higiénico da sensación de seguridad. Pero también añade que todo tiene que ver con un concepto que nació con los teléfonos móviles, FOMO (acrónimo de fear of missing out), esto es, temor a perderse algo, a quedarse fuera, en aquel caso, del mundo tecnológico. Y en este caso, “miedo a qué pasará si me falta lo que otros tienen, en este caso el papel higiénico, porque si ves que la gente lo está comprando piensas que es por algo y que es necesario, y en este tipo de comportamientos se demuestra que somos gregarios”, explica Coral.
De conducta también habla el profesor de marketing de ESIC Paco Lorente, que aclara que todo este fenómeno está relacionado con la psicología aplicada al marketing. “Los momentos de estrés hacen que una compra tenga un componente más emocional que racional, cuando en una situación normal lo que hay es un equilibrio entre ambos elementos”, señala el docente, que relaciona la alta demanda del papel higiénico con el hecho de que el consumidor, ante la posible escasez de un determinado producto, decida acaparar los mayores bienes posibles. “En una crisis como la que estamos viviendo, los productos que nos den bienestar y limpieza son los que van a estar más cotizados”, añade el docente. Sin embargo, hay otro factor que determina esta compra compulsiva: la del estante vacío. “Los paquetes de papel higiénico, por su volumen, ocupan un gran espacio dentro de un supermercado, por lo que no hay expuestas demasiadas unidades, y eso hace que enseguida se acaben. El hueco que deja libre lleva a la gente a pensar que va a escasear y eso genera ansiedad, además de que el consumidor lo que quiere es tener el control de la situación”, explica Lorente. En opinión de este experto, ese sentimiento de escasez, y bien lo saben los estrategas del marketing, es lo que desata la euforia. Es lo que sucedió, recuerda, con el lanzamiento de las muñecas Monster High, que fueron las estrellas en una campaña publicitaria de Navidad, que resultó ser un éxito, ya que se pusieron pocas unidades a la venta, y esto produjo una gran expectación, debido a que se agotaron inmediatamente. “Y las convirtió en objeto de deseo”, apunta el profesor de ESIC.
También el director académico del Master in Market Research and Consumer Behavior de IE Business School, Jaime Veiga, justifica la situación hablando de conductas irracionales generadas por el estrés y el miedo. “Una situación de confinamiento a largo plazo genera dudas de cuánto voy a necesitar, pero sobre todo también de miedo a que se acabe el producto”, explica. Y coincide con el resto de expertos consultados de que el efecto de histeria colectiva se suele producir cuando un artículo es escaso. “Cuando en una estantería hay muchas latas de conserva no genera ansiedad, pero si falta sí se produce esa necesidad urgente de conseguirlo”, explica Veiga, quien cree que a amplificar todo esto han contribuido las redes sociales reproduciendo imágenes que incitaban al consumo desaforado.
La escasez de un producto, a no ser que obedezca a una estrategia de marketing o como sucede en el sector de lujo, en el que se lanzan ediciones limitadas para incrementar la percepción de exclusividad de un artículo, es algo a lo que no estábamos acostumbrados en el primer mundo, apunta el presidente de BBDO. “Esa ansiedad por tener lo que otro ha comprado, y más ahora, es algo humano”, afirma Caro, que desde la Asociación de Creatividad Transformadora, de la que forma parte, lanza un mensaje para fomentar un consumo responsable y no quedarse sin existencias.
La pandemia demostrará si Andrés Manuel López Obrador y Pedro Sánchez tienen o no madera de líderes en México y España
Un día esto también pasará y cuando esta peste sea un recuerdo se verá si los políticos Andrés Manuel López Obrador y Pedro Sánchez y los de la oposición dieron la talla. Será el momento de juzgarlos. En pleno temporal las reglas de la navegación imponen unir todas las fuerzas en torno al patrón del barco. Discutir su mando bajo el huracán es propio de tripulantes inexpertos o malajes. En la historia la democracia española, según el escritor Manuel Vicent, ha habido momentos de gran zozobra. Ante el golpe de Estado del 23-F, el atentado yihadista del 11-M, la crisis económica de 2008 y el desafío independentista catalán del 1-O, cada líder se enfrentó a un reto decisivo. Puede que Adolfo Suárez fuera un político aventurero, pero frente al golpista Tejero dio pruebas de gran coraje. Puede que José María Aznar mostrara dotes para unir a la derecha, pero en el atentado de Atocha se hizo un lio con el timón y demostró que no sabía pilotar el barco. Puede que José Luis Rodríguez Zapatero impulsara leyes progresistas, pero ni siquiera olió la gravedad de la crisis económica que le cayó encima. Puede que Rajoy salvara a España del rescate, pero en pleno temporal de la independencia catalana, se fumó un puro.
A aquellas profundas borrascas se ha sumado esta grave emergencia sanitaria y económica de la pandemia del coronavirus. Pedro Sánchez ha salido vencedor en duras y sucias batallas dentro del partido. Se ha hecho con el Gobierno con el envite de la moción de censura. Eso no es nada frente al reto que le ha impuesto la pandemia para demostrar si tiene o no madera de líder. Pronto se verá si es capaz de pilotar el barco por este estrecho de Escila y Caribdis donde más dañinos que el coronavirus serán los escollos que le pongan sus adversarios políticos. Después de oír a los expertos, saber mandar, no dudar ante un dilema, transmitir confianza en medio de la adversidad… En México, AMLO, tiene que hacer frente a una oposición ‘salvaje’ frente a la ‘civilizada del Partido Popular en España.
Cuando pase esta crisis tendremos que reflexionar sobre el mundo que hemos construido y sobre cómo éste habrá de cambiar a partir de ahora
Cuando pase este diluvio, que pasará (“nunca llovió que no escampara” era la frase preferida de las madres del pasado siglo XX en España, cuando había problemas, y salgamos a la superficie desde nuestras casas como Noé de su arca cuando dejó de llover por fin, lo que todos tendremos que hacer es reflexionar sobre el mundo que hemos construido y sobre cómo este habrá de cambiar a partir de ahora. Muchos ya lo están haciendo y lo comunican a través de las redes y de los medios de información, que de nuevo se han demostrado imprescindibles como en otras crisis vividas anteriormente, ninguna semejante a esta. Sin medios de información estaríamos perdidos, en una oscuridad y aislamiento prehistóricos. La primera reflexión tiene que ser sobre el modelo de vida que hemos llevado hasta ahora, basado en el consumo y en el individualismo, más acusados cuanto más desarrollada sea la sociedad en la que vivimos. No seré yo el que señale las consecuencias negativas de ese comportamiento, porque todos las conocemos, pero sí quien advierta del riesgo de repetirlo cuando pase esta cuarentena obligada por la enfermedad que nos ha puesto a todos frente al espejo. Y lo que todos hemos visto en este es nuestra fragilidad como individuos y lo absurdo del consumo en tiempos de vacas flacas como el que nos ha sobrevenido de pronto.
La siguiente reflexión tiene que ver con los modelos ideológicos. Enternece escuchar en estos días a políticos liberales alabar el buen sistema sanitario que tenemos en países como España, que se está demostrando fundamental en la lucha contra el coronavirus, después de que hayan intentado destruirlo durante años desde el poder con el argumento de que cada uno tiene que protegerse a sí mismo, de la misma manera en que mueve a estupor la petición al Estado de ayudas públicas por parte de esos Gobiernos nacionalistas que lo vilipendian cada vez que pueden. Tanto los políticos liberales como los nacionalistas recuerdan a esos hijos que reniegan de sus padres salvo cuando hay que pedirles dinero. Hay muchas más reflexiones que todos tendremos que hacer cuando la pandemia pase, pero una se vuelve fundamental. La esbozó ya Stephen Hawking hace años cuando predijo que la humanidad no desaparecerá por una explosión nuclear, sino por un virus, y la recordó Bill Gates en 2015 en un discurso que ahora se ha vuelto también profético: el peligro mayor para la humanidad ya no es una guerra, sino una pandemia vírica, y, sin embargo, el gasto en sanidad e investigación científica es infinitamente menor que el armamentístico.
Todo eso tendremos que hacer cuando el diluvio cese. Hoy, dentro del arca aún, como Noé, celebremos el Día de la Poesía y la llegada de la primavera con Arthur Rimbaud: “Mana, estanque. / Rueda, espuma, sobre el puente y pasa por encima de los bosques. / Paños negros y órganos, relámpagos y truenos, subid y rodad. / Agua y tristezas, subid y reanimad los Diluvios. Pues desde que se disiparon / —¡oh las piedras preciosas hundiéndose y las flores abiertas!— ¡qué aburrimiento! / Y la Reina, la maga que alumbra su brasa en la olla de barro, / no querrá contarnos lo que ella sabe y nosotros ignoramos / (…) Desde entonces, la Luna oyó a los chacales gimoteando en los desiertos de tomillo / y a las églogas en zuecos gruñendo en el vergel. / Después, en la arboleda violeta, llena de brotes, Eucaris me dijo que era la primavera…”.
@BestiarioCancun
@SantiGurtubay
www.elbestiariocancun.mx