La democracia revocatoria del jefe máximo

Signos

Por Salvador Montenegro

Ha pasado ya el relajo de la farsa democrática de la revocación del mandato presidencial.

En realidad ha sido otra muy costosa edición del tipo de propaganda que tan bien sabe montar, para fortalecer la popularidad de su liderazgo, el jefe máximo.

El pueblo le ratifica su veneración. Y él consolida la base política, social y electoral que requieren los proyectos esenciales de su gestión, y sus intenciones de permanencia en el poder supremo del Estado nacional más allá del término de su Gobierno.

No, no habría de reelegirse. O no por la vía de su reinscripción electoral directa.

Su propósito es seguir tomando decisiones fundamentales para el país más allá del término constitucional de su administración, a través de un sucesor incondicional y al estilo del anterior ‘Jefe Máximo’, Plutarco Elías Calles, fundador del partido emanado de la Revolución Mexicana y del llamado Maximato, o el sistema fáctico de ese totalitarismo que le posibilitaba imponer y manipular Presidentes a su absoluto albedrío, y por medio del cual pudo controlar a cuatro de ellos, con los que sumó dos décadas de caudillismo puro, hasta que le falló el cálculo con el general Cárdenas, que le fingió sumisión para que lo eligiera, y luego lo expulsó del poder y del país, e hizo posible la segunda transformación del partido de la usurpación revolucionaria.

La intención de la propaganda revocatoria es la de un neomaximato, aunque los tiempos de la rebatinga partidista y la caducidad inevitable de la adoración y el culto obradoristas no den para más de un títere presidencial a merced de las disposiciones transexenales del actual jefe máximo.

Y en esa intención se incluyen la ulterior consolidación de sus reformas constitucionales y sus obras esenciales de inversión: la política constitucionalizada de becas y pensiones, la reforma eléctrica -dentro del espectro ampliado de la reforma energética-, por ejemplo, y los proyectos en curso tras el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, el Corredor Transístmico y el aeropuerto de Tulum, entre los de mayor envergadura; todas, por supuesto, necesarias para el país, más allá de las disputas de interés en torno a las llamadas ‘energías limpias’ (y por demás sucias en sus entrañas corporativas globales y domésticas) y a los falaces activismos ambientalistas, convenientemente tardíos por su instrumentación opositora y oligárquica.

(Porque el de Andrés Manuel es un liderazgo bipolar o que se bifurca entre sus buenos saldos sociales y del necesario control estatal del sector energético -como tanto ambicionarían algunos pueblos europeos, dependientes de la capitalización rapaz de los dueños privados de la electricidad-, y sus contrastantes fracasos en sectores como el de la seguridad y la educación.)

La propaganda del revocacionismo del mandato presidencial, desde la certeza de un éxito cifrado en la fidelidad electora masiva y los dividendos militantes de los subsidios populares de la política del Bienestar, tiene esa dimensión estratégica. Y en ella se incluyen los beneficios del contagio proselitista para los candidatos en campaña del partido presidencial y de sus socios, por delictivos y punibles que sean, como la candidata verdemorenista al Gobierno quintanarroense, propiedad de la mafia del Niño Verde, pero disparada por encima de sus competidores hacia el objetivo gubernamental, por la dicha fuerza evangélica del jefe máximo.

Tienen, claro, fundamentación democrática, esas convocatorias selectivas a la participación ciudadana directa en torno a iniciativas de interés para la jefatura del Gobierno federal y del Estado nacional. Pero en una cultura del sufragio tan incivil, tan deficiente y tan poco cultivada en las aulas y en valores educativos cada vez más elevados, suelen advertirse, más bien, como utopismos maniqueos y maquinaciones oportunistas orientadas a la conveniencia y al utilitarismo políticos.

Porque mientras se apela a la decisión soberana de la gente, se impone el previsible y decisivo poder de la fanaticada presidencialista, donde el sentido crítico de las mayorías y la democracia, por tanto, sucumben en mayor medida.

Y, claro, hay proyectos nacionales necesarios que se fortalecen. Pero hay una simulación del derecho autogestivo y democrático, favorable a una deriva autoritaria de perfiles callistas, que también lo hace.

SM

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