Signos
Dan náuseas la política y la democracia mexicanas.
Siempre enanas. Siempre negadas a aprender y a crecer más allá de los discursos.
A final de cuentas, nada cambia.
La alternancia presidencial en el amanecer del milenio fue la gran expectativa de transformación histórica. Y seguimos a la expectativa, esperando la democrática justicia de que los grandes culpables paguen por lo que hicieron y devuelvan lo que se robaron. Eso han prometido los beneficiarios de las alternancias.
(Aquí hemos insistido en que no hay tales transformaciones históricas si no emerge una renovada cultura nacional, y que no puede haber esa nueva cultura nacional sin el amanecer de una conciencia ciudadana crítica, ni puede haber conciencia ciudadana crítica y letrada ni civilidad política con capacidad dialéctica sin una nueva genética escolar -que produzca ciudadanos y representantes ciudadanos de calidad-, que sólo puede ser posible mediante una revolución educativa integral que, según lo visto y sabido, jamás ocurrirá.)
Y entonces ahora se cuenta con toda la legitimidad presidencial y todo el poder popular que nunca se han tenido para legislar reformas constitucionales estructurales, y el mundo institucional sigue, en esencia, girando del mismo modo.
Por ejemplo: Irrumpe en los nuevos escenarios electorales la ley que convierte en delitos graves y sancionados con penas de cárcel los comicios fraudulentos, financiados con el erario y manipulados en su favor por gobernantes y grupos criminales, y en Estados como Coahuila e Hidalgo, controlados por las mafias priistas más siniestras del país, los ganadores absolutos son los representantes de esos gobernantes y esos grupos criminales, con los métodos delictivos de todos los tiempos y todas sus condenables tradiciones, y las nuevas reformas constitucionales quedan como el hazmerreír de moda de las ‘conquistas democráticas’.
Los dinosaurios más rupestres (Moreiras, Murillos, etcétera) han mostrado los colmillos de su imperturbable actualidad, y se han mofado a carcajadas del poder reformador de Andrés Manuel y el morenismo.
Las transformaciones constitucionales e institucionales siguen siendo tan insustanciales e intrascendentes en la vida real como todas las consecuencias penales del proceso de la Fiscalía General de la República contra Emilio Lozoya Austin: el gran ‘pez gordo’ sigue libre y todos sus poderosos cómplices siguen libres, igualmente, en un turbio espectáculo de la Justicia donde la retórica prometeica de los nuevos tiempos no se realiza en culpables verdaderamente presos.
De nada sirven las grandes gestas mediáticas, los grandes rollos vindicativos y las grandes reformas legislativas, si los grandes y más ofensivos casos de la corrupción siguen impunes, y si esa impunidad -como en el caso de Lozoya, de Coahuila y de Hidalgo- no hace más que empedrar el camino de los próximos infiernos democráticos.
SM