Signos
Ganarle al rival en una contienda equitativa es para celebrarse. Lo otro no es mérito, es asonada, y es botín y consuelo de canallas.
Contienda o justa son sinónimos, cuando ganar es de consenso y deriva de un acuerdo que conviene a los competidores y a sus partidarios, y cuando la derrota es una consecuencia aceptable, de igual modo, por todos, como tributo a la oportunidad que se ha tenido -y a la apuesta que se ha perdido- de demostrar que se podía ser o merecer más de manera legítima y virtuosa.
Pero festinar más tarde como victoria propia y como derrota del ganador, que a todos les vaya mal con él, hace un triunfalismo pírrico esquizoide, por decir lo menos.
Cuando no se sabe ganar, cuando se muerde el polvo estrepitosamente, cuando no se sabe cambiar ni hacer nada para superar al rival, pero sobre todo y cuando además de todo se le pretende acusar de todo lo malo que les pasa a todos como algo venturoso para el perdedor que acusa, entonces de veras que sí, que esa impotencia es, además de una mezquindad y una cobardía enfermiza, una fatalidad peligrosa. Porque se trata de la otra parte, la que constituiría la alternativa de todos en caso de que a los actuales ganadores, en efecto, les fuera mal, como sus enemigos juran en la víspera que ocurre.
En una democracia justa no se vale querer que el otro se hunda con todo sólo porque uno sabe que no es capaz de ser mejor que él ni puede ganarle de distinto modo.
En una democracia de valor, cuando los electores sienten que las cosas andan mal porque sus representantes se equivocan, advierten sin lugar a dudas su inconformidad, que se pueden cobrar en las urnas venideras ese fraude representativo, y en muy buena medida -mensurable en términos de opinión pública- dan la razón a los opositores acerca de sus estimaciones y sus objetivos vaticinios, de tal modo que estimulan su competitividad y su emergencia como nueva vía de poder posible.
Pero cuando, como en México, nada se le reconoce al otro como bueno y el único instrumental del que disponen los opositores presidenciales no es propio y sólo se compone de la presumible inercia de fracasos del liderazgo nacional -lo que, según ellos, estaría arruinando la vida del país en su totalidad, y por sí solo ese factor de deterioro absoluto sería un éxito propagandístico para los desplazados del poder y significaría su gran posibilidad de retorno a ese poder del Estado de donde un día los echaron con la sucia cola entre las patas-, y el electorado sabe a ciencia cierta que, si las cosas fueran tan irremediablemente mal, no hay una oposición ética y capaz que ofrezca soluciones y sólo exhibe, en cambio, la misma voracidad y la misma ineficacia que dieron -como nunca en la historia de la nación- el triunfo presidencial a su adversario; cuando eso ocurre y las razones retóricas de la oposición en torno del presunto derrumbe del país no precipitan también la imagen de su enemigo presidencial y con ella las tendencias de opinión a su favor -para abonar a las contrarias-, entonces la razón histórica más objetiva que queda en saldo es que dicha oposición es tan miserable que tiene, cual único recurso de salvación, que, en efecto, el país se rompa, y que ella, como las sabandijas, pueda sobrevivir hurtando en la inmundicia y reptando en los escombros del desastre.
¿No entiende que ese exhibicionismo visceral lo único que hace es condenarla, y que cantar la presunción de los muertos de la pandemia como genocidio presidencial, por ejemplo, o la caída del crecimiento económico como el barranco infinito en que se hundirán México y su presidente, en realidad sólo hace más hondo el agujero electoral de ese oposicionismo retrógrado, parasitario, panfletario y contrario a toda posible alternativa nacional?
Los opositores presidenciales no saben de ética política ni de razones históricas, y entienden el ejercicio crítico como magnificación de cualquier cosa que parezca pifia y fracaso ajenos.
Y no, en las justas democráticas no se gana sólo esperando que caiga el otro. Si no se sabe vencer porque en el récord disponible sólo se cuenta con atracos y perfidias, la impotencia transfigurada en causa política dolosa sólo seguirá alimentando fanatismos y cavando el foso de la civilidad que adhiere, para ser posible, la buena y constructiva democracia.
SM
Un tanto cuanto compleja la nota. Entonces que sucede, los que estuvieron nos dieron en la torre u los que estan no? Los que perdieron ahora no son una oposicion diga, y los que estan son propositivos e inclusivos? Promueven la integracion del Pais?
Me imagino que gobernar Mexico no es nada facil, he sido servidor publico y de mis Padres aprendi a no culpar a otros de lo que no soy capaz de hacer.
Mexico necesita un lider que de resultados, hoy desde mi particular vista no los veo. El lider necesita gobernar en equilibrio con los otros 2 poderes, facil no necesario si. Saludo con respeto.