Signos
Con sus victorias, o con sus grandes deudas y debilidades en sectores esenciales del Estado como la seguridad y la educación que siguen haciendo de México uno de los países más violentos e iletrados por cuanto se ha negado siempre a combatir a las mafias del narcoterror y el magisterio intimidado por las crisis de propaganda, de derechos humanos y de imagen en que su proyecto político podría derivar (por la caudalosa sangre sicaria que podría volver a correr, los procesos penales que podría perder, y los desafectos magisteriales y electorales que podría ganar, estimulados por la corrupción y la incompetencia que perseveran más allá de él y ciertos ámbitos de su Gobierno, pero casi por completo en todas las entidades federativas y Poderes públicos de todos los niveles, lo que impide cualquier posibilidad exitosa de guerra franca contra el ‘narco’ y de reforma y renovación estructural de la educación), el llamado Movimiento de Regeneración Nacional y el enunciado idealista que define su causa por los pobres y contra la cultura de la inmoralidad en el ejercicio del poder y la representación social, la llamada “Cuarta transformación” o ‘4t’ son, básicamente, él, el Presidente Andrés Manuel, sus ideas, su discurso, sus iniciativas, su carisma, sus personalísimas iniciativas y su modo de ser, de hacer y de decir las cosas con una identidad de pueblo y una legitimidad democrática sin precedentes en la historia nacional.
No, no es poco. Define un poder mucho más trascendente que el del presidencialismo posrevolucionario autoritario por su verdadera naturaleza representativa, pero con la misma debilidad de que si no se releva, ahora de manera democrática, con un liderazgo propio e independiente que haga valer sus virtudes y competencias alternativas con una base social de similares dimensiones, acaso su legado transformador termine convertido en polvo histórico, de formidable memoria si se quiere, pero polvo anecdótico a fin de cuentas. ¿Por qué? Porque en México la seducción carismática -y sobre todo si hay beneficios concretos detrás de ella para las mayorías necesitadas, como en efecto sucede- supera por mucho a la conciencia crítica, por lo que el reemplazo presidencial, desde la misma marca y los mismos postulados y principios, más que un camino a seguir o una estela abierta a continuar sobre nuevos objetivos, es una empinada cuesta cruzada de objeciones.
A la vera del liderazgo que se acaba se multiplica, por ejemplo, la hojarasca de todos los colores y procedencias seudoideológicas que defiende a voz en cuello los principios del jefe máximo de la revolución moral, y hace todo tipo de negocios y colocaciones y desplazamientos de candidaturas y transferencias de perfiles militantes de unos partidos a otros y en favor de las particulares conveniencias de unos y otros grupos de interés, y de donde va saliendo la postulación de cataduras electorales socialmente inservibles y más propias de los insalubres modos de hacer política en el neoliberalismo ‘democrático’ y en la antigüedad precedente del populismo autoritario tricolor -o peores, y mucho peores en la mayoría de los casos, como en Quintana Roo- que de las promesas de resarcimiento del derecho de los pobres y los cantos alegres del venidero desarrollo con justicia social, con austeridad, con honestidad, y sin meter la mano donde ahora mismo se mete la mano, como en Tulum y Carrillo Puerto, y la masiva burocracia rectora federal y estatal de los comicios bien sabe que se mete sin que pareciera tener ojos e instrumentos legales para castigarlo: en las arcas públicas y bajo las mil y una maneras de alcaldes y gobernadores de lavar ese dinero negro mientras defienden con furor el pudor propagandista de la era del cuatroteísmo.
Si aun bajo el ejemplo presidencial más influyente del país se obra de manera tan insana -y con el cabal consentimiento de lo que ocurre porque no hay modo de que el Presidente no sea el primero en saberlo-, y con los remanentes de su popularidad y en la víspera de su retiro se compran y se venden dirigencias y alianzas partidistas, puestos de elección ofertados con la garantía ganadora del obradorismo (sean de filiación verde o naranja o del llamado Partido del Trabajo o cualquier otro que trafique por debajo de la mesa lo que tenga de posible y conveniente capital político y se pague con recursos desviados del erario), ¿qué ha de ser cuando desaparezca y la numerosa manada de cuatroteístas beligerantes y oportunistas de ayer y hoy aleguen que la Presidenta de la nueva era, que ganaría gracias a él y no a ella misma, no tiene ni con mucho los tamaños del verdadero jefe máximo ya ido y le disputen a su liderazgo heredado y se disputen entre sí estos y aquellos espacios capitalizables bajo el argumento de que no hay mérito superior que se los impida o los obligue a disciplinarse, y de que a río revuelto ganancia de pescadores?
Se fue el que hacía que la regeneración moral y la transformación nacional parecieran una causa. Muy bien. La heredera tendría que hacer que, como el caudillismo posrevolucionario fue al cabo institucionalizado en presidencialismo, se hiciera también sistema y dejara de ser un modo personalizado de gobernar y defender una causa, el morenismo reformador obradorista. Pero en el entretanto y en tanto eso no fuese posible y el descontrol le ganara al poder y a la capacidad rectora y de unificación de la sucesora, acaso ganaría terreno la reedición de la alternancia foxista y el falso pluralismo democrático aquel tan festinado por los intelectuales salinistas en los años dos mil que derivó en tantos nuevos cacicazgos municipales, estatales y federales ‘modernos’, que como franquicias partidistas se apoderaron del país y en cuya tómbola caótica la del Partido Verde pudo maniobrar entre unas y otras, de la izquierda a la derecha, para instalarse como la mafia política con mayores réditos que es ahora, ni ecologista ni de izquierda ni de derecha ni de centro ni de ninguna parte sino como mero negocio de poder que gana según las conveniencias y las circunstancias de las mayorías federales y locales opositoras que requieren de sus bonos electorales a cambio de sus chantajes.
Y así como al Verde, primero, y luego al partido Movimiento Ciudadano -antes Convergencia por la Democracia- y a otras franquicias partidistas y organismos políticos gerenciales que aprovecharon la vertiginosa y rotunda derogación de los partidos mayores -PRI, PAN y PRD, por su corrupción neoliberal en el Gobierno, los dos primeros, o su facciosa desintegración interna, el tercero, de donde nació Morena-, la fragmentación política del dos mil favoreció al mercado de las bandas del narcoterror, que se multiplicaron al ritmo de la dispersión y el ablandamiento letal de los Poderes republicanos a los cuales comprar o someter, víctimas como fueron de la rapacidad autónoma y atomizada de los nuevos cacicazgos emergentes que los convirtieron en feudos particulares e instituciones y ‘mandatos populares’ impotentes para la defensa de sus obligaciones constitucionales y los derechos sociales, y a merced de la violencia y la impunidad. Porque mientras el PRI fue monolítico, vertical, patriarcal y totalitario, las bandas criminales no podían con él y él, cual invencible partido de Estado y disponiendo de manera lícita o ilícita o fáctica de todas las fuerzas armadas policiales y militares y de todos los mandos y dispositivos judiciales, imponía su fuero demagogo de la paz social a toda costa como premisa suprema de posguerra postulada por el bando ganador de la Revolución; y cuando triunfó la demagogia democrática pluralista porque el poder totalitario invencible se vino abajo con el peso de la corrupción y el hartazgo de la anacronía, la inveterada corrupción política sólo se repartió en beneficio de todos los grupos cupulares partidistas; y en la debilidad y el abatimiento del hasta entonces poder totalitario e invencible del Estado nacional rematado por la también fallida y fracasada alternancia democrática neoliberal, los grupos armados se fueron segmentando y disputando con cada vez más creciente saña y diversificado modo de operar (extorsión, secuestro, trata, financiamiento de candidaturas, sociedades empresariales y otros giros), los territorios asimismo más ingobernables y más a merced del hampa política que, a su vez, se fue haciendo socia y servidumbre, luego, del narcoEstado que, en tantos ámbitos y de tan distintos modos de condicionar y anexar partidos, gobernantes, candidatos y ‘representantes populares’ va siendo cada vez más, como en los tiempos del partido de Estado tricolor, también totalitario e invencible.
Tendría que enfrentar la señora Presidenta el intenso ‘fuego amigo’ de la desintegración interna del movimiento y el partido de la regeneración nacional, con la misma fuerza dirigente con que debería impedir la suma de tanto conocido truhan que migra al morenismo en las vísperas de la salida de Andrés Manuel, convencidos de que consumado el tránsito algo como el PRI renacerá en el Morena.
Y tendría que enfrentar sin miedos el fuego del narcoterror con el fuego franco de las Fuerzas Armadas del Estado, y perfilar una verdadera política de fondo en el orden de la seguridad que convenza al país de que ninguna violencia, por poderosa que sea, puede imponerse a la capacidad de respuesta del Estado nacional, el que debe imponerse, asimismo, a las escisiones, a las corruptas emancipaciones territoriales de los grupos de poder de todos los signos políticos, a los feudos policiales y jurisdiccionales, y a todas las debilidades de la estructura constitucional que favorecen el dominio de la industria del crimen organizado.
Y debería asumir, por supuesto, la causa educativa como fundamento de toda reforma de Estado. Porque sin nuevas generaciones letradas y críticas no habrá transformaciones duraderas ni proyectos de desarrollo que se consoliden en la verdadera paz social, en la eficacia institucional y en la legitimidad y la responsabilidad representativa. Si la plaga militante y la canalla oportunista siguen pudriendo el huerto moral de la herencia obradorista, el viejo PRI y el resto de la peste opositora con la que hace alianza hoy día, serán con ella una y la misma cosa. Porque sin escuela ni seguridad no puede hacerse un Estado verdaderamente representativo, de derecho, poderoso y humanista. Y esos son los pendientes esenciales del liderazgo nacional.
SM