Las damas de dudosa reputación, y las peores

Signos

Nunca tantas como ahora, rezaría la ‘entrada’ de la aparente buena noticia. Y todas peores que sus adversarios hombres, diría el colofón de lo que a final de cuentas sería la mala nueva.

¿Mara Lezama, acaso?… ¿Marybel Villegas?…

Habría más en el aparador. Por lo menos otras dos. (Pero más de lo mismo es plaga.)

La paridad competitiva no tiene atributos. Es sólo justicia aritmética; como decir ‘tan malo el Pinto como la Colorada’. O viceversa.

Y, en el caso del morenismo de avanzada –donde las damas hacen más número que los varones-, las virtudes van debajo de la tilma milagrosa de la popularidad del jefe máximo, y los negocios posibles del poder en una próxima gubernatura femenina de la entidad caribe advierten de un declive abrupto y pronunciado de su circunstancia (inseguridad, deterioro ambiental y social, etcétera), en favor de las ruindades con nombre, alias y apellido (González, por ejemplo; Canto o Martínez, para empezar por el principio).

Sí, no hay duda: las referidas damas –y otras iguales y de la misma alianza verdemorenista- de la vida pública estatal son ya bastante conocidas y con importantes posibilidades de mayor crecimiento político y de convertirse en candidatas y en gobernadoras de Quintana Roo. Pero, para no caer en las clasificaciones inmediatistas del general Calles -según la sabida anécdota de su presencia, en el Castillo de Chapultepec, entre unas señoras de alcurnia y otras ‘de muy dudosa reputación’, a decir de las primeras y que dio lugar al comentario, si bien altisonante también irrefutable, pedagógico y preciso, del general, y que produjo la tal anécdota, que hoy sería ofensiva del pudor feminista y es mejor alejar de la polémica y la satanización de la moral progresista de los tiempos-, bien valdría la pena consignar algunas de las virtudes de las dichas damas de la farándula militante y de sus méritos representativos como defensoras de ese interés público que han prometido o jurado defender en el ejercicio de sus encargos administrativos o de elección popular.

(¿Pero eso sería posible? ¿No sería una convocatoria en el páramo lunar?)

Porque el sufragio no es suficiente:

Gobernantes como Beto Borge esculpían candidatos de la peor ralea vaciando a manos llenas las cajas de los caudales públicos, y los candidatos del verdemorenismo y el antiobradorismo ganan o pierden al ritmo del milagro presidencial.)

Y no se trataría de citar un alud de ejemplos de alto valor en su trayectoria profesional y en su desempeño institucional; uno, sería suficiente; dos, ya sería un bozal en el hocico de los blasfemos y los impertinentes.

Porque el expediente de turbiedades, de alianzas perversas y mafiosas, y de negocios sucios y representativos de las peores vilezas del poder -larvadas, por ejemplo, entre los Félix, los Betos, los Jorge Emilios y los Canabales- es de sobra conocido.

Porque, en efecto: valdría la pena distinguir entre las damas de muy dudosa reputación y las otras, cuyo expediente negro es más claro que el agua y no deja ninguna duda en el sentido de la miseria gobernante que padecería el Estado en el caso de ser elegidas para hacerlo.

Y lo único cierto es que las aguas del género y de la paridad militante, cual se sabe, no son depurativas. Y que las damas más adelantadas de la causa de la regeneración moral y entre las que pudiera calzarse alguna de ellas la investidura de gobernadora al amparo de la popularidad presidencial, no serían mejores que quienes más han endeudado a la entidad, quienes la han despojado de sus más rentables patrimonios públicos, y quienes con la mayor y más vigorosa rapacidad y las más altas incompetencia e irresponsabilidad, la han condenado a la indigencia financiera, a la depredación intensiva de sus prodigiosos e incomparables ámbitos naturales, a los extremos de la degradación urbana y social, y a una ingobernabilidad sangrienta donde las ejecuciones del narcoterror hacen un paisaje escénico mucho más poderoso que todas las imágenes bonitas del turismo del entorno.

Como en el resto del país, Andrés Manuel conoce muy bien la realidad política del Estado y la catadura moral de los liderazgos de su partido y de su pérfida alianza con la franquicia política del Niño Verde.

Sabe, asimismo, que su influencia electoral pesará en los comicios gubernamentales sucesorios del año venidero.

Y sabe que, más allá de encuestas y de retorcidos procedimientos partidistas internos para la designación de candidatos, quien gane la nominación lo hará bajo su escudo y sus particulares conveniencias.

De él será entonces, más que nada -en esta democracia mexicana de pugnas sectarias y fanatismos delirantes de la lucha por el poder, donde quienes más ganan son las violentas bandas del narcoterror, beneficiarias de la politiquería militante, la ingobernabilidad consecuente, y la parálisis institucional que las deja hacer en todos los ámbitos y niveles de los Poderes de la Unión-, la autoría intelectual de que el candidato de su partido sea uno de calidad y con el perfil más virtuoso para hacer un verdadero y buen mandato popular -o el menos pernicioso de los posibles-, o una trepadora del poder sin más vigor político y representativo que el de ser la elegida del ‘dedazo’ del jefe máximo a la usanza de los mejores tiempos tricolores del autoritarismo.

SM

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