Signos: por Salvador Montenegro
Los Municipios turísticos más conocidos, más frecuentados y de mayores ingresos de México, son los del Caribe mexicano. Y son también los más endeudados.
No es casual.
Tienen los más grandes dividendos y ganancias del mercado. Y tienen, asimismo, las historias más traumáticas de gobiernos rapaces e incompetentes, empeñados sólo en el hurto del erario, el negocio baratero, y la vil politiquería temporalera.
Los alcaldes no sólo no han sabido ni han querido aprender a equilibrar el ingreso con la demanda social para evitar las deformaciones estructurales alarmantes e irreversibles de la colonización y la desigualdad, sino que mientras se han dedicado a hacer negocios privados y a lucrar impunemente, han dejado a la deriva y sin regulación ninguna -como mera dinámica de las ciudades y su irremediable expansionismo patológico, una especie de destino manifiesto- el crecimiento urbano, la marginalidad, la inseguridad y la demanda de servicios básicos, y han permitido –y aun impulsado, cuando la urbanización de asentamientos irregulares y la venta de cambios de uso de suelo y densidades tiene décadas convertida en una industria de los munícipes y en un desastre nacional- la anarquía inmobiliaria, y la devastación ecológica y ambiental de las grandes firmas hoteleras, en unos parajes tan pródigos de belleza como de fragilidades bióticas, y por eso vulnerables a la masividad demográfica y al abuso inversor.
La irresponsabilidad, el desmadre y la corrupción han fomentado la escalada deudora y deficitaria de unos Municipios turísticos de infraestructuras playeras tan modernas como las más prósperas del orbe, y administrados por ‘liderazgos’ inciviles tan ruinosos y depredadores como los de los pueblos africanos también más primitivos, permisivos y caóticos del mundo entero.
En ese contraste pantanoso es en el que se hunde la oportunidad del desarrollo del Caribe mexicano.
SM