Lo peor por venir

Signos

La violencia es el sello más distintivo del Caribe mexicano.

Por ejemplo…

La sangre y la muerte transitan por la vida cotidiana con todas las noticias relativas a los pormenores de cada uno de la infinitud de sucesos criminales de los que están al tanto los medios informativos en todas sus versiones, y una vasta comunidad iletrada, retorcida y fanática del espectáculo siniestro y morboso de la inmundicia criminal.

El poblamiento inmoderado, las múltiples barriadas -en torno de los grandes proyectos inmobiliarios-, la marginalidad sin control y sin fronteras, el lumpenaje y el hacinamiento desplegados hacia todos los confines urbanos y selváticos al son de la indolencia pública, del negocio de las urbanizaciones, y de la insignificancia, el enanismo gobernante y la orientación del poder político, por décadas, hacia sólo las fuentes del saqueo y las asociaciones con la inversión privada más depredadora y punible, han forjado el monstruo insaciable de la violencia convencional, la del suicidio como hecho social de dimensiones inverosímiles, la de los ataques sexuales incontables y de todo tipo, la de la brutalidad familiar, y la del pandillerismo, el robo y tantos otros delitos del ‘orden común’, donde la entidad caribe y sus célebres urbes turísticas de mayor crecimiento y prosperidad, congregan algunos de los índices nacionales -y en algunos casos, globales- más altos de esa ‘violencia común’.

Y, claro, con el complemento del mercado del turismo drogadicto -que prospera sobre las mismas condiciones de la corrupción, la tolerancia, la aviesa rentabilidad corporativa, y la inmovilidad gobernante en todos los niveles de la estructura del Estado nacional-, del alto consumo doméstico de drogas derivado de la propagación del vicio entre el caos de la irregularidad inmigrante y demográfica, y de una estructura coercitiva (judicial, policial y de seguridad) insignificante contra la naturaleza y las magnitudes del delito, y más a su merced y a su servicio que en su contra, el contexto y las condiciones de dicha violencia ‘ordinaria’ son inmejorables para favorecer la inmunidad y el éxito multiplicado y seguro de la industria del crimen organizado en todas sus variables.

Y así, la violencia es, en efecto, el sello más distintivo y la losa más definitiva del Caribe mexicano. Y lo seguirá siendo, mientras el tema siga ausente del debate público -y el debate público mismo sea inexistente u omiso en lo importante- y de las agendas de los liderazgos políticos -por llamarlos de alguna manera-, y mientras los perfiles de la comunidad de gobernantes y aspirantes electorales a las representaciones populares y la naturaleza de sus compromisos de mandato sean tan anodinos como el mejor aliciente de la multiplicación de los peores males posibles.

Mientras el electorerismo -desprovisto del nexo con las verdades esenciales, lo que lo hace intrascendente y necio- siga siendo el tema superior de la política y la opinión pública, los reyes del narcoterror y de los negocios más nocivos para el Estado seguirán seguros en sus respectivos y muy lucrativos afanes.

El contraste progresivo entre las desmesuras conflictivas que acosan a la entidad y la pírrica sustancia democrática alternativa para enfrentarlas, es alarmante. En realidad se trata de una tormenta perfecta, donde todo lo que debía ser resistencia institucional y cuestionamiento crítico, político y de opinión pública contra las pestes más peligrosas de la realidad, son más bien evasiones, ausencias y frivolidades que se confabulan y se tornan los principales factores propiciatorios de todas ellas.

Los peores males están allí. Y también la renuncia a ellos: a abordarlos y combatirlos; es decir: la complicidad que los hace invulnerables, refractarios y eternos.

SM

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