Los coros de Lozoya Austin

Signos por Salvador Montenegro

Alguien celebra, casi emocionado, que el delincuente -que lo es, más allá de que una Justicia lerda y falaz pueda o no probarlo o encerrarlo- no vaya a la cárcel ahora mismo o acaso nunca, y que no denuncie -o no de manera suficiente y cabalmente condenatoria- sus complicidades con las que fueron las más altas jerarquías del poder y de las que fue un servidor fiel, eficaz y discreto.

Alguien celebra eso por anticipado y como un hecho (¡y difunde, asimismo, arrobado, las noticias al respecto prodigadas, a su modo, por sus héroes mediáticos de siempre, los que han sido del estatus quo!). Y lo hace, claro, sin ser un beneficiario, ni siquiera remoto, de las glorias y los saldos del criminal enjuiciado, el que, acaso, es cierto, nunca sea tocado por castigo alguno (¡no se sabe: es un delator y un traidor -se les llama “testigos colaboradores” y acreedores al llamado “criterio de oportunidad”- contra sus socios del hampa!).

Pero tal celebración de los fans del delincuente y de su causa -en las vísperas mismas de todo y, convirtiendo, en sus esperanzadas precipitaciones y ensoñaciones de victoria, los presumibles indicios de ventaja en ya grandes éxitos definitivos del procesado y derrotas de la autoridad que lo consigna-; ese jolgorio de las vísperas ¿no hace, a sus coros de aplaudidores, un grupo de indeseables tan o más indecorosos que el propio delincuente juzgado, y el que, por lo menos, de salvar las turbias impotencias de la ley, tendría por delante, lo mismo que sus poderosos compinches -potencialmente intocados-, los millones y los placeres de sus hurtos y sus agravios de Estado, mientras la galería de pobres diablos seguiría siendo no más que esa misma vociferante galería de pobres diablos?

SM

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *