
Signos
El peor mal gusto es el de pretender que con las marcas y los lujos turisteros se quita lo abominable.
Indumentarias y estancias costosas son para ricos y para delincuentes excéntricos, hedonistas e infelices.
A los pobres diablos no hace más que exhibirlos como eso que son: pobres diablos.
Pero si además se dicen representantes de la moral ideológica y de la transformación nacional y de la voluntad popular y de los sectores más humildes y decentes y sabios de la nación en la que nacen y de la que salen a exhibir sus miserias políticas y espirituales por el mundo, peores pobres diablos son.
Y si, además y para remate del espectáculo de la fatuidad, se pelean entre ellos, como ralea dirigente del mismo partido que son, para defender sus derechos al exhibicionismo o para definir lo que es dignidad militante y decorosa medianía y austeridad republicana y cómo se debe ser humilde y predicar con el ejemplo desde el ejercicio del poder del Estado, y se pretende de ese modo revolver en la propaganda la lucha política por ese poder -que implica, por principio, robar, mentir y traicionar negándolo con el cinismo de la demagogia- y la causa falaz de la renovación moral (tan fracasada como bandera de campaña presidencial en los ochenta, porque no se aprende que licuar la magnesia de la política con la mostaza de la santidad es una idea y una práctica diarreicas), el círculo del mal gusto y de la miseria humana en la vida pública se cierra con el epílogo complementario de la estupidez.
No se necesitan ‘campañas de desprestigio de la derecha’. Los hipócritas y los imbéciles no necesitan las piedras de nadie para exponerse y descalabrarse. Son las rocas y las barrancas de sí mismos.
SM