
Signos
Cempasúchil, el fuerte amarillo del partido naranja por el que dicen que también apuesta el Alcalde guinda como alternativa, satura la plaza central en un tumulto de islotes de diverso diseño conmemorativo. Osamentas y calaveras blancas y multicolores de todos los tamaños reinan en el paraíso festivo de la muerte. En la enorme fuente del “pueblo mágico” sonríe, sardónico y monumental, un esqueleto que se eleva por encima de todo. El quiosco de cantera es un robusto altar frente a la iglesia iluminada con el tenue alumbrado de la ocasión, que contrasta con el resplandor de las luces multitudinarias de las velas y las veladoras simuladas y esparcidas por el panteón incandescente en que se ha convertido la plaza de este pueblo de quinientos años y reconstruida hace unos veinte o más, para el mercado del turismo, con perfiles coloniales. Y al pie del laico altar oficia el joven Alcalde, y en vez de hostias de trigo reparte pan de muerto y en vez de alzar y de beber el vino de consagrar reparte chocolate y en vez de comunión y fe de santidad sus sonrientes gestos piden a la fila de devotos de los milagros evangélicos de la casa de Jesús de enfrente y asimismo potenciales electores, sufragios, sufragios, sí señor, boletas cruzadas en las urnas a su nombre para cuando llegue la hora de la hora de votar, después de la misa del domingo de la resurrección de las almas de entonces con el alimento del cuerpo de Cristo, por la reelección del Alcalde que sigue allí, al pie de su inversión municipal y con su chaleco guinda, repartiendo los panes del cuerpo de la regeneración moral.
El fuego de la tradición del ‘Día de los fieles difuntos’ se va apagando con los del espectáculo de la cultura de las nuevas obsesiones generacionales, por cuyas minúsculas pantallas telefónicas discurre el tiempo fundamental de la vida con la vertiginosidad de lo inmediato, sin espacios para el pasado, el espíritu, el valor inmaterial y todas esas cosas que no pueden transmitirse con emojis, stickers y los nuevos signos del idioma humano carentes de significados y que hacen el lenguaje del puente de las eras entre los muertos de ayer y los mutantes sin conciencia de los postreros holocaustos.
Las tradiciones y los mitos de la fe, esos viejos asideros de la existencia y la solidaridad y la esperanza, se apagan con sus ánimas en pena en los altares luminosos que representan al mismo tiempo ceremonias inconscientes de olvido y entierro de una parte del alma y la memoria de los pueblos, y fuentes de negocios y de ingresos públicos para el financiamiento electoral de liderazgos políticos y proyectos de gobierno de la modernidad democrática mexicana que consisten, sobre todo, en nuevas versiones del viejo pan y circo; en protagonismos y manifestaciones de comunión con el ‘pueblo’ ‘en las buenas y las malas’; en las malas: cuando las crisis climáticas crecientes incrementan la tragedia y el desamparo, y candidatos y mandatarios de todos los confines y niveles y raleas aprovechan para emitir toda suerte de blasfemias sobre el humanismo de su gestión al frente y al lado de los más humildes y necesitados porque por el bien de todos primero los pobres y esas descargas de remedios de la demagogia que suplen los recursos beneméritos de la buena gobernanza verdadera con la que en mejor medida podría evitarse la vasta dimensión de las calamidades producidas por la corrupción, la improvisación y la politiquería desbordada y causante de las mayores desgracias urbanas, ambientales y criminales que estrangulan las condiciones de vida de las mayorías; eso, por ejemplo, y, en las buenas, las festivas: cuando se pueden hacer negocios redituables con las alegrías onomásticas como estas, las del ‘Día de los fieles difuntos’, de los amados y siempre recordados muertos, cuyos rituales, como los de los discursos en medio de las inundaciones, son oportunidades esenciales de todo liderazgo realmente popular para pedir el respaldo de la gente y seguir adelante haciendo de los sacrificios personales el mejor de los ejemplos de servicio, de entrega al interés público, y de defensa incondicional de lo que debe ser el pueblo mismo al frente de su propio destino mediante los elegidos por su voluntad puesta en las urnas del país, dice su Presidenta, más libre y democrático del mundo.
SM