Signos
La ley electoral, como las instituciones electorales de la ‘era de la democracia’ -y como todas las estructuras burocráticas masivas que se desplegaron sobre la ficción de la autonomía y el formulismo demagogo de la transparencia y el combate a la corrupción-, han sido, como está por demás demostrado, una trampa legitimadora de procesos y candidatos financiados con el erario por los gobernantes, en favor de sus particulares conveniencias.
Y mientras se han hecho las ciegas ante el uso de exorbitantes cantidades y desfalcos con esos fines -que han producido verdaderos criminales investidos de mandatarios, y consecuentes quiebras de las arcas y las demarcaciones políticas que han tenido en sus depredadoras manos-, las autoridades electorales -con un aparato tan descomunal como del todo prescindible para esos efectos de inútil monitoreo de lo insustancial- se han dedicado a resolver controversias insignificantes y a sancionar presuntas violaciones al derecho electoral a partir de nimiedades propagandistas y usos retóricos prohibidos, convirtiendo además, a menudo y por protagonismo arbitral, las libertades de expresión en actos punitivos y en objetos de censura.
Porque cada quien debería poder opinar sobre sus preferencias políticas en cualquier tiempo, electoral o no, más allá o acá de si eso influye en los comicios. Lo que debiera vigilarse y castigarse a fondo -y si de algo pudiera servir la logística desmedida de la burocracia electoral, que nunca ha servido para eso, para lo importante- es el dispendio y el desfalco con fines de proyectos personales de poder, y evitarse a toda costa el desperdicio impúdico de los fondos fiscales en el mantenimiento partidista, algo que ha causado los mayores estragos en el patrimonio nacional, tanto por el despilfarro en sí mismo, como por la delincuencia que tan fallida democracia ha prodigado y que ha obrado la multiplicación de su especie y sus destrozos.
Si se evita eso y se cancela el negocio de las cuotas plurinominales, se logrará asimismo detener la costosa y perniciosa vagancia política de los profesionales del oportunismo y el engaño representativo, el llamado ‘chapulineo’ de los Pool Moo -similares y conexos-, por ejemplo, que cambian de franquicias militantes como de padrinazgos gubernamentales para su financiación, y de causas populares y democráticas blasfemas qué defender, en un tiempo en que ya los partidos son sólo agrupaciones de membrete, las ideologías y las tesis doctrinarias son inexistentes o anacronismos inservibles, y el más iletrado de los electores sabe a ciencia cierta que hoy día sólo hay dos flancos políticos para elegir: el de los menos malos y el de todos los demás.
SM