Signos
Crímenes atroces. Crímenes mayores y menores. Crímenes múltiples de sicópatas incontables. Pabellones de la muerte saturados de criminales insaciables. Seriales incontables sobre los crímenes más inverosímiles. El más inacabable catálogo de películas y libros sobre sucesos criminales. Canales de televisión dedicados a crímenes verdaderos. Historiales de ficción interminables documentados en historiales siempre abastecidos de crímenes reales. La criminalidad como fuente inagotable del espectáculo narrativo y de la historia nacional. La historicidad criminal en el centro de la grandeza histórica de las conquistas imperiales. La criminalidad pistolera de la conquista del Far West. La criminalidad genocida contra las comunidades indias originarias. La criminalidad tras el oro de las Californias. La horca pública justiciera como prestigio ontológico y escena corriente de la tradición fílmica del Viejo Oeste. El sadismo criminal de la Guerra de Secesión. El sadismo criminal del esclavismo, el racismo, el supremacismo y el odio perpetuo que halla siempre expresiones populares y políticas representativas. Los crímenes de las guerras coloniales con sus saldos de sangre y de profesionales que regresan enloquecidos y prestos a incrementar las cifras de homicidas y homicidios en la propia patria criminal. Los jefes de Estado forjados o no en las conquistas militares y prestos siempre a la defensa de lo propio a golpe de intervencionismos y de imposiciones de la ley del holocausto imperial cual la de la justicia universal. La cultura del hampa, del vicio legal e ilegal, de la guerra infinita, de las drogas y el alcohol, de la muerte violenta amparada en la Segunda Enmienda, de los tantos Presidentes asesinados, todos los crímenes brutales asumidos como la normalidad y el espectáculo más importante y jamás competido desde el principio de los tiempos por sociedad alguna sobre la Tierra. La sociedad del crimen. Y de todas las variables policiales y en todas las demarcaciones y denominaciones judiciales contra el crimen. Donde detrás de cada obnubilado y recurrente asesino hay otro obsesivo perseguidor tan cierto como el de las ficciones policiales, y donde unas y otras historias se entrelazan y coinciden en versiones de periodistas y escritores y narradores del mismo modo obsesivos y exitosos como los policías y como los homicidas de sus sangrientas y fascinantes historias de la realidad más espeluznante y mortífera del mundo entero. ¿Pero por qué el terror homicida de esa incomparable sociedad del crimen no la termina consumiendo en un holocausto de autodegradación incontenible? ¿Y por qué en México, donde la más alta criminalidad es la de la focalizada y bien identificada industria del crimen organizado, que ha crecido y se ha impuesto a una sociedad más bien pacifista y distante de las más identificadas con la cultura de la violencia, como las herederas del colonialismo genocida, tanto las de antecedentes imperialistas como las más abandonadas a su suerte de colonias explotadas y nunca civilizadas y desarrolladas y democratizadas por los regímenes herederos de sus explotadores, por qué en México la violencia del ‘narco’ se impone a todo, domina territorios y Gobiernos, impone el terror sin contenciones, y no puede con él un Estado nacional con cientos de miles de efectivos armados y todos los instrumentos legales a su disposición? Diría, acaso, el sociólogo Èmile Durheim, autor de ‘El suicidio’, que porque en una sociedad civilizada pero violenta las instituciones funcionan para sancionar y contener la violencia como su naturaleza propia y su mayor amenaza autodestructiva, y en una incivilizada no. Como ocurre con el suicidio en unas y otras: cuando la solidaridad comunitaria falla en las primeras, las instituciones – familia, escuela, Iglesia, Gobierno, representaciones de Estado, etcétera- se ocupan, atajan y controlan los excesos. Es decir: en México las instituciones no funcionan. El caos y la ingobernabilidad se imponen. Por eso en el país domina la violencia. Y por eso Quintana Roo, sin solidaridad ni instituciones, se distingue por sus campeonatos de suicidios, crímenes sexuales y violencia del ‘narco’.
SM