La capital de la vulgaridad

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Signos

En Estados Unidos, los Estados más rurales y de menor carga demográfica y concurrencia fiscal cuentan con mayor influencia electoral y representativa para equilibrar las decisiones del poder político.

Así fue concebido el mandato constitucional desde la fundación misma de la Unión.

¿Por qué? Pues porque la marabunta ciudadana no debía determinar el destino de las minorías regionales en una democracia.

Porque el mayoriteo es avalancha cuantitativa, no cualidad evolutiva y civilizatoria.

Y, más bien, y cuando se trata sólo de volumen y masividad, y no de virtud congregacional, ese mayoriteo sólo supone suma física, acumulación de vicios, caos, ingobernabilidad, inseguridad, violencia y crecimiento sórdido y sin ley.

Así ocurre donde se crece de manera más acelerada y con liderazgos y capacidades de gestión pública inversamente competitivos frente a las presiones y a las urgencias propias de dicha desmesura que reclama contención, ordenamiento y autoridad visionaria y consecuente con la realidad.

Porque no es por otra razón sino por esa, por la incompetencia y la corrupción inmoderada añadida, que el expansionismo urbano, inmobiliario y poblacional sea tan patológico en el Caribe mexicano; y que en tan poco tiempo, esa aglomeración y sus marginalidades incontenibles y sus periferias de hacinamiento y contaminación sin reglamentaciones útiles ni soluciones públicas, hayan agotado toda posibilidad de convivencia humana con uno de los entornos bióticos y ambientales al mismo tiempo más vulnerables que con más alto potencial económico del planeta entero.

La saturación, derivada de la improvisación, el lumpenaje, la irresponsabilidad, la inmoralidad y la carencia absoluta de valores dirigentes, han acabado con la riqueza natural y sus perspectivas sustentables de bienestar social.

Y hoy día, en los tiempos de la llamada regeneración moral de la ‘izquierda’ obradorista también autodenominada de la ‘transformación nacional’ -y que a nombre de su partido guinda controla su socio, el Partido Verde, propiedad del Niño Verde-, los emisarios cancunenses del Gobierno de Quintana Roo, que controlan todos los Poderes republicanos de la Entidad caribe, han decidido que las iniciativas esenciales de esos Poderes radicados en la capital política de la misma se trasladen a Cancún, y que Cancún sea, de facto, la capital de Quintana Roo.

¿Por qué? ¿Porque Cancún es una urbe más importante que Chetumal? ¿Porque tiene mayor poder (o densidad numérica, en términos de ciudadanos) que la ciudad sureña, fundada a principios del siglo pasado para establecer la frontera nacional con las entonces posesiones coloniales del Imperio británico en la desembocadura del Río Hondo, y que además carece del fulgor turístico cancunense (por más que la anarquía urbana, producto de ese fulgor, y la corrupción política y empresarial, sean causantes de las más depredadoras inversiones y de los peores desequilibrios fiscales entre la masividad de la demanda social y la imposibilidad de los servicios públicos necesarios para atenderla, lo que ha derivado en que crezcan más el precarismo y la criminalidad, que la dignidad de la industria turística y su derrama hacia la justicia social en los Municipios de la llamada Riviera Maya)?

No. No por eso. Sino porque ese tipo de arbitrariedades son propias de un analfabetismo político, de una absoluta falta de respeto histórico, y de una democracia de muy pírrico vigor ciudadano real, donde no existe una sociedad civil ni una opinión pública ni una fuerza social crítica ni unos liderazgos políticos contrastantes y soberanos que impidan a los granujas advenedizos del oportunismo y la vulgaridad y el enanismo militante, guindas o verdes que digan ser y declararse humanistas y de corazón feminista, apoderarse, porque son representantes de los más, de los derechos de todos.

SM

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