Ebrard ¿hace sus cuentas?

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Signos

Sí. El ‘bono obradorista’ parece deshojarse con el viento de la impericia y la falta de pertinencia política y de independencia y soluciones que propongan una verdadera evolución (ya no transformaciones históricas) más allá de una defensa de lo mismo, con el mismo discurso pero sin el poder de la originalidad populista del antecesor.

Sí. La alternativa ideal frente al pasado priista o de la vieja institucionalidad revolucionaria tradicional y su derivación al neoliberalismo privatizador, así como frente al izquierdismo socialista de poca influencia popular -como el de la verdadera militancia de Claudia Sheinbaum-, sería, por supuesto, Marcelo Ebrard, que lo ha vivido todo.

Sí. Es muy bien visto por amplios sectores medios de la población, por grupos importantes del poder económico y la empresa privada, y por diversas filiaciones distantes del dogmatismo izquierdista y núcleos populares no ideologizados.

¿Y en qué se diferenciaría de Claudia Sheinbaum?

Pues en que él pagó en su momento la cuota del obradorismo, al que más que a nada le debe su popularidad y su mayor protagonismo público. Y en que dispone de los mayores atributos de un liderazgo ecléctico y curtido en las más complejas variables de la gestión administrativa, política e internacionalista (económica y diplomática), y cuenta con toda la experiencia cultivada lo mismo en la ‘derecha’ (como la de Carlos Salinas) que en la izquierda más popular o la expriista (como la de Andrés Manuel).

Tiene una identidad más forjada que nadie en la cultura mexicana del poder (entre la ‘dictadura perfecta’ o institucionalizada y la modernidad democrática y pluralista, y en sus más representativas competencias de sagacidad y de impudor), y una habilidad indisputable para la negociación de intereses de toda índole, la movilización electoral y el posicionamiento mediático, debido a su versatilidad militante, ideológica y ética.

Ebrard lo mismo puede ser tildado de izquierdista (en el sentido más cuauhtémocardenista o manuelcamachista o muñozledista y lópezobradorista de la palabra) que de liberal o neoliberal o heterodoxo y abierto a la diversidad económica e ideológica.

Su problema es que en el Movimiento de Regeneración Nacional sería fustigado entre el radicalismo izquierdista presidencial y el ‘fuego amigo’ del expriismo de Monreal y Adán Augusto. Y sólo crecería entre unas objetivas desventuras del claudismo y la consecuente deriva oficialista a la impopularidad que propiciara una posibilidad, igualmente clara, de emergencia opositora.

Ya ha sido satanizado cual traidor y ha estado en la interfase de saltar del izquierdismo que lo echara a empellones de la sucesión presidencial pasada.

Quizá ahora mismo, sin el jefe máximo imponiéndolo todo, esté mirando desde el puente.

¿Hará sus cuentas? ¿Mirará en retrospectiva?: ¿Eran el tiempo y el país propicios para un liderazgo izquierdista sucesorio tan contrario a la naturaleza ladina y demagoga de la cultura política nacional en que, cual pez en el agua, sabía moverse Andrés Manuel? ¿Deveras creía el entonces Presidente en la regeneración moral de esa cultura sólo convocando los buenos principios, llamando a la rectitud y la legalidad, y sin necesidad ninguna de una gran revolución educativa?; ¿no creería, más bien, que Claudia podía ser, desde el izquierdismo que fuera, sólo la mejor medida de su Maximato?

¿Pensará Marcelo ahora en todo eso? ¿O es uno el que reflexiona, como cualquiera de los tantos ociosos e inútiles forenses del caos, en tales cosas: viendo el paisaje de las marchas sonoras de los sombreros, los alzamientos de los bots de las generaciones zetas, las versiones estadísticas de las presuntas mermas en la popularidad claudista, la airada efervescencia de los defensores mediáticos del vigor izquierdista y del cuatroteísmo a toda costa, los incendiarios insultos entre los cruzados de los bandos enemigos como único plan de ataque y de defensa, la reforma judicial convertida en artículo de legitimidad constitucional para el control político de los sistemas de Justicia, el desgarriate autoritario de los Gobernadores que disponen de todos los poderes institucionales de sus Entidades según sus interese y sin pudor ninguno ni contrastes ni contenciones, y las grandes cabezas de la delincuencia política que siguen sin rodar sobre los nuevos anuncios de la política de ‘combatir las causas’ y ‘mejorar la coordinación interinstitucional’ de la Federación y los Estados para acabar por siempre y de una vez por todas con todos los negocios y los generadores de violencia del crimen organizado?

Sí. Porque lo que se llama el ‘bono obradorista’ o la herencia de popularidad y de arraigo del movimiento carismático y de amplias idolatrías recibido del anterior jefe presidencial, el bono de la regeneración moral, se está erosionando. Así lo indican los fueros estadísticos de aceptación, a la baja, de la heredera Claudia Sheinbaum. Y es su entorno de corrupción ‘izquierdista’ y de delincuentes sin castigo del morenismo el que lo está acribillando. Los opositores sólo lo agradecen y lo capitalizan. Porque si no fuera por esa autoderogación del oficialismo y por los circulares y vacíos y planos discursos plagados de lugares comunes de la Presidenta para encubrir a los malhechores de su ‘izquierda’ en lugar de exhibirlos, procesarlos y limpiar y depurar los establos de su causa partidista; si no fuera por tan aferrada complicidad con los culpables de su degradación sostenida, esos opositores seguirían mordiendo el polvo de una derrota que, tal como el agotamiento que se advierte en quienes los vencieron y gobiernan hoy, fue producto de sí mismos, de su descomposición incorregible, de sus incontables excesos.

¿Hará sus cuentas Marcelo viéndose en el espejo?

Porque nada ha de cambiar, en efecto, en un país, si la escuela y la civilidad de su pueblo no cambian y mejoran sus opciones representativas y de gobierno. Se trata sólo de visualizar opciones en el tablero del poder. 

Es todo. 

SM

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