El pecado de Assange

Signos

Por Salvador Montenegro

Si los imperios fueran justos no serían imperios ni asumirían como necesarias sus masacres, su cultura y su naturaleza colonialistas.

Si la democracia y el progreso del libre cambio fuesen la salvación contra la desigualdad y el exterminio no habría entonces potencias democráticas y financieras promotoras de una concentración patológica de la riqueza y una expansión genocida y terminal del hambre y la pobreza.

Si el Club de París fuese una iniciativa generosa de quienes deciden el orden mundial no se incendiaría el planeta de manera inevitable y ahogado en el carbono y la inmundicia consecuente, ni sería esa cumbre de científicos y líderes ociosos que saben mejor que nadie que más allá de sus propios tataranietos difícilmente habrá tierra qué pisar ni aire ni agua ni vida para vivir más allá de ellos.

Pero todo lo que nace tiene que morir y transformarse, aunque sólo sea en cenizas. Y es una ley universal irrevocable que para eso existen los tiranos y los depredadores, cuya fuerza entrópica siempre será mucho más poderosa que la de su victima: la de los creadores y los humanistas.

Assange siempre ha sabido de sobra cuáles han sido sus límites en este reino de hipócritas y de cobardes poderosos que imponen las reglas ‘civilizatorias’.

Lo supieron en su tiempo Sócrates, Giordano Bruno y Galileo, su arrepentido contemporáneo ante la defensora jauría del estatus quo.

Y lo saben los narcos acusados de envenenar a la masiva comunidad de adictos y viciosos del reino de los héroes salvadores del Mundo Libre que deben sobrevivir al éxtasis y la locura de las violencias bélicas y domésticas en que se sostiene el supremo poder imperial moderno, metiéndose todas las drogas llegadas del salvajismo latinoamericano y culpable también, eso es seguro, de su alcoholismo congénito, de su delirio de armarse hasta los dientes, de sus depresiones rencorosas y homicidas, y de su hedonismo de sociópatas irredimibles y candidatos inequívocos, por legiones, a sus propios ‘pabellones de la muerte’.

Lo de Assange, lo sabe él mejor que nadie, es el castigo de la barbarie constitucionalizada y entronizada en el cielo de las Biblias y las togas sagradas, por exhibir como nadie la mierda que significa la suprema civilidad democrática y de mercado de las potencias occidentales y sus libertades ejemplares y la defensa sin tregua de los derechos humanos esenciales.

La Santa Inquisición de hoy día es la del mismo terrorismo moral de las élites en el poder que han matado a los espíritus más peligrosos para el prejuicio y la esclavitud de la conciencia desde el principio de los tiempos, y su lógica es la misma desde la vida de manada en las cavernas y en el devenir dialéctico de las leyes del Universo:

Su papel inmutable es el fomento de la decadencia, el factor que condiciona la evolución desde el origen y es frontera entre el mundo que perece, cual el nuestro, y el del Apocalipsis que se advierte en el umbral de lo desconocido, hacia la nada eterna o hacia el infinito, que es lo mismo.

SM

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