Grandeza

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Signos

El maniqueísmo, la fe de los dogmáticos y los idólatras, es la negación absoluta de la razón, que es tan relativa como su confección humana y como las verdades de cada conciencia individual y sus prejuicios y subjetividades. Ese maniqueísmo ha producido todo tipo de exclusiones, de confrontaciones y de persecuciones del enemigo ideológico de la misma especie y de las minorías críticas libres. Entre las guerras de la fe, los genocidios raciales y las tradiciones esclavistas de los antepasados de la democracia, se ha forjado una genética de la Humanidad tan decadente y una modernidad tan postrera como la desigualdad social extrema y como la verdad de las mentiras en que la civilización se agota, presa del extravío inevitable entre las alternativas de los poderes dominantes de la ignorancia masiva y progresiva que se proponen como su salvación.

Y en ese caos del abaratamiento conceptual es fácil sembrar tesis tan inocuas y tan poco sedimentadas en los referentes más acreditados de la realidad, como las del purismo humanista de las civilizaciones originarias, desconocedoras, unas y otras sin excepciones, de toda maldad, y propietarias absolutas de la grandeza del alma, del espíritu supremo del saber -donde el conocimiento deductivo de los sabios de su tiempo no se traducía en ordenanzas de los dioses para el ejercicio autoritario y represivo de las castas dueñas del poder ¡sino en poder democrático de gobierno del pueblo y para el pueblo!-, y de una justicia tan plena y tan perfecta y tan idílica y sin desigualdades ni individualidades diferentes ni mezquindades de nadie contra nadie, y la que sólo ha podido ser destruida por los oprobios de una colonización y una hibridación y un mestizaje tan sangrientos y devastadores que un día terminaron con el supremacismo de ese paraíso original de la fraternidad y la felicidad que era el del reino de los pueblos aborígenes, y donde, según la tesis de ese corazón universal de la “Grandeza”, todos los pueblos debieron conservarse puros, libres de todo contagio cultural y de todo avasallamiento, pero a fin de cuentas sabedores, sus orgullosos descendientes, de que sus raíces los hacen superiores como un todo y de que toda nueva civilización de sangres nuevas y contaminadas por el contagio de lo externo y de lo heterogéneo y de lo que no es oriundo por naturaleza sólo produce infiernos criminales y seres malsanos y propensos a la destrucción y a la impiedad como los producidos por la Conquista española, culpable del crimen organizado y de toda violencia, de la corrupción y de las bastardías institucionales que acabaron con la dicha y con la dignidad indígenas; porque es falso que antes de la llegada de los barbados europeos, esos crápulas hispánicos, existieran las guerras del sometimiento esclavista de unos reinos contra los pueblos de otros reinos; porque no son sino leyendas malintencionadas esas, las de las salvajes ‘guerras floridas’, por ejemplo, de la Triple Alianza, y sus capturas de prisioneros para descuartizarlos vivos y convertir los sacrificios en ofrendas a sus dioses sedientos de sangre enemiga, y Mayapán no se había desintegrado en la crueldad de las batallas de sus cacicazgos antes de la llegada de los extranjeros ni los tlaxcaltecas de aquellas ‘guerras floridas’ se liberaron del yugo de los aztecas con la llegada de esos forajidos, y las brutalidades del aislamiento de tantas comunidades remotas dominadas por el milenario primitivismo de sus paganías en el hoy Continente Americano no son sino infundios de la ficción narrativa de escritores envenenados por la influencia criolla y acaso meros propagandistas de los inquisidores y defensores de sus privilegios mestizos por más universales y reconocidas que sus letras sean.

Porque en la conciencia maniquea el purismo totalizador existe, su grandeza -como la de la raza aria del Tercer Reich y la de los sionistas y las estirpes predestinadas de la Tierra- es invencible, y la heterodoxia y la diversidad cosmopolita son incompatibles y estúpidas, aunque la ciencia afirme, como verdad absoluta, que ni uno solo de los elementos del Universo, ni la molécula ni el componente mínimo del átomo más diminuto, es idéntico a otro, ni más allá del simplismo silvestre de los alienados las culturas de los pueblos son fecundas por sí solas y se descomponen y se pudren sólo al contacto con otras, ni han existido nunca sociedades únicas y que no sean simbióticas, ni cuyo sincretismo sea el malévolo culpable de su decadencia. Porque decretar la grandeza de todas las comunidades prehispánicas, de todas y cada una de ellas (por encima de todas las culturas integradas), y la inexistencia de motivaciones de dominio de unas castas a otras, y de unos reinos a otros, y una democracia y una justicia naturales e ideales y nacidas en el principio mismo de los tiempos es… muy… muy maniqueo. Pero más que maniqueo parece muy perverso y muy con el único propósito de seguir manipulando conciencias de signos racionales muy precarios y muy dispuestos al fanatismo y a la idolatría y a la milagrería donde el facilismo carismático teje sus redes políticas y el crimen organizado sus alianzas con el Estado. No es tan imbécil para creerse sus mentiras el autor de su “Grandeza”. Su vertiginoso recorrido hacia el sacro origen de los pueblos ancestrales y la presentación a toda plana del producto de su nueva inmersión en el negocio editorial -donde su popularidad es mercado y su renacimiento mediático en el trópico chiapaneco cumple el doble propósito de la renta comercial y de la prueba de vida de la continuidad de su protagonismo político y de opinión pública mientras anuncia una vez más, escoltado ahora por los pavorreales de su imperio, como entre las frondas de la Mamá Grande, que está fuera de las decisiones del poder público pero que sigue siendo un factor de influencia capaz de enfrentar amenazas enemigas-, esa irrupción estratégica supone que bien sabe que menudean las debilidades de su legado de poder en las alturas del Estado Nacional y que está ahí, presto para recordar que la fuerza de la popularidad gobernante sigue siendo suya y que nadie debe aprovecharse de los frágiles flancos presidenciales porque la Presidenta no está sola, tiene al ‘Pueblo’, y, como bien puede verse, la voz más influyente de ese pueblo es la suya, quien hace de su “Grandeza” un manifiesto bíblico de reivindicación política que asocia el mítico esplendor originario de ese ‘Pueblo’ esplendoroso con el que ha sido recuperado y engrandecido por ‘La Cuarta Transformación’, la suya, la del verdadero autor del México independiente, juarista, maderista y lópezobradorista, sí señor, y por eso no importa en absoluto que la reforma judicial se haya resuelto en un bilimbique de Justicia donde los Gobernadores convierten los sistemas jurisdiccionales de sus Entidades en los instrumentos políticos particulares de su ley, ni que el nuevo líder del supremo tribunal de la nación no sepa absolutamente nada de procesos y juicios y sentencias entre justiciables, ¿acaso no es oriundo de esa fuente de virtud que es el ‘Pueblo’ purificado desde sus raíces? ¡La grandeza, cabrones, la grandeza! Aquí está, señoras y señores, nada menos que el creador de “Grandeza”. No importa que se caiga el orbe de allá afuera, desde los predios celestiales y prehispánicos de Palenque, habla la grandeza mexicana para el mundo. 

SM

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