La democracia del tiempo perdido

Signos

¿Existe algún registro relativo a la ‘convicción’ ideológica, la ‘vocación’ doctrinaria y la ‘fidelidad’ a un programa alternativo de dirección y mandato popular entre los candidatos posibles a las posiciones de elección venideras?

¿Cuál sería su posicionamiento y su discurso respecto de la congruencia gregaria y las ideas y valores trascendentales de los de su causa como antítesis filosófica e histórica frente a los seguidores de otras corrientes de pensamiento que ofrecen su particular alternativa de representación al electorado?

A partir de la inercia mercenaria del activismo que va y viene de un partido a otro, o de cualquier hijo de vecino con ínfulas de candidato independiente entre la ralea masiva que advierte que no se necesita nada más que querer ser para poder ser, ¿puede concluirse que la ideología ya no es más que mera basura retórica de la prehistoria de la demagogia, que la conciencia doctrinaria es una simple frase ridícula, y que la militancia y el partidismo no refieren más que una confraternidad nominal que sólo encubre los afanes eventuales de ciertos grupos afines y oportunistas que concilian de manera coyuntural sus aspiraciones de poder?

¿Qué hay, hoy día, más allá de las encuestas básicas ‘de popularidad’ (donde la farándula es alquimia) y las trivialidades anecdóticas de las voces que van haciendo la opinión pública que se dispersa en la barriada de las redes sociales para identificar los perfiles de quienes se anuncian como posibles gobernantes y representantes populares futuros?

Y, mientras tanto y a la vera de esa dinámica, el entorno se desgaja, la realidad sigue su curso de deterioro y anarquía, la descomposición se asume como una normalidad de abyección imperceptible, la sostenida y criminal devastación de los prodigios naturales es sólo consecuencia inevitable del crecimiento económico y urbano, los ‘planes de desarrollo’ son diseños temporales de ocurrencias e intereses, la ocupación de lo prohibido se tolera y se regulariza estimulando la ocupación de lo prohibido, lo invivible y sórdido se hace vida cotidiana convencional, la violencia es paisaje costumbrista y noticia cada vez más intrascendente, las aberraciones de la ingobernabilidad siguen documentando las tragedias estructurales irreversibles, y la imbecilidad expansiva se asume como un destino de lo inconsciente y lo inexorable.

Porque hay al menos cuatro cosas esenciales que no han cambiado en el país con las elecciones de los tiempos de la democracia: la miseria educativa, la miseria política, la miseria de la Justicia y la miseria de la seguridad.

La ignorancia y la pobreza cultural y crítica mantienen sus eternizados estándares. Los candidatos en campaña dan luz sobre la vileza política y la incivilidad de los tiempos. La impunidad es el reino en los procesos penales. Y la sangre sigue corriendo por sus anchos cauces de incompetencia institucional.

¿Para qué ha de servir una democracia que no es capaz de transformar todo eso? ¿Para qué han de servir unos candidatos que no le dan la cara a todo eso?

Escuela, paz social, justicia y legitimidad transformadora justifican la concurrencia en las urnas. Lo demás… ¿Qué es lo demás, si no esterilidad crónica, congénita: la vida en las cloacas habituales del tiempo perdido donde ya a nadie le hiede nada?

SM

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