La diplomacia prehispánica

Signos

Por no disculparse el Rey de España con el Presidente mexicano sobre los daños causados por la Corona a los pueblos prehispánicos que fueron sometidos por los conquistadores, es que no fue invitado ese Jefe de Estado a la toma de posesión de la Presidenta que relevará al Presidente que solicitó la disculpa.

Como si no se entendiera que la cultura nacional mexicana es simbiótica y mestiza, y que las idiosincrasias, tradiciones e instituciones heredadas del colonialismo inevitable, para bien y para mal, son propias de la naturaleza de los pueblos que fueron colonizados, y no puede asumir nadie, ningún pueblo ni sus representantes actuales, las culpas de sus ancestros remotos y muertos hace cientos de años.

México perdió medio territorio por el expansionismo colonialista estadounidense y nadie le ha exigido disculpas a la Unión Americana, ni dejará de ser bienvenida la representación del Estado francés a causa de los grandes agravios sin disculpas cometidos por la dominación imperialista francesa del siglo antepasado y por haber albergado con tanta veneración y seguir teniendo en su suelo los restos del tirano indígena que quiso parecer emperador francés y terminó echado de México por la rebelión popular más sangrienta de su historia.

Antes de la Conquista los pueblos de lo que después sería México se avasallaban unos a otros y se esclavizaban, y para los vencidos los conquistadores fueron sus libertadores.

El indigenismo dogmático y demagogo se empecina, en buena medida por mero populismo propagandista, en desterrar de su narrativa polítiquera esas carnicerías inhumanas del salvajismo más primitivo y en exaltar sólo las virtudes de la sabiduría, también ciertas, de las culturas originarias, importantes, en mayor o menor grado, a las de todos los pueblos del mundo.

Si hay algo que lastima el igualitarismo y la justicia real que debe procurarse para todos los pueblos y todos los seres humanos, es ese chovinismo y ese justicialismo impostado y sectario que acusa como contranatura la convivencia de las culturas y culpa a los herederos vivos de una era arcaica, de la violencia que ejercieron en la fundación de la que se vive en el presente.

Es cierto que la memoria histórica es necesaria, pero no el prejuicio de los antagonismos raciales convenencieros.

Vale reconocer los valores de los antecedentes prehispánicos y los derechos de los pueblos y los individuos de esa herencia originaria, respetando, asimismo, los que congregan en su ser una genética híbrida de esa herencia indígena y la de sus antepasados criollos, y los de todos los individuos de la nación que se comparte ahora sin excepciones de ninguna especie.

La justicia igualitaria no se hace con apologías y satanizaciones y reconocimientos de víctimas y victimarios por los que tienen que responder los herederos vivos de las injusticias de sus antepasados muertos en una era de brutalidades propias de su tiempo de hace siglos.

La justicia igualitaria se hace defendiendo los derechos de todos sin exclusiones y combatiendo, por ejemplo, con eficacia, lo que no se hace hoy día: la violencia y la inseguridad de los grupos criminales contra los que no sabe combatir el Estado independiente que hoy reclama las injusticias de quinientos años atrás.

SM

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